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1CORINTIOS 7
Consejos para una mejor relación íntima entre los esposos 1 Corintios 7:1-5

7:1-5 “En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno le sería al hombre no tocar mujer; 2pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. 3El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. 4 La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. 5 No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia”.




En los anteriores capítulos, Pablo trató asuntos que habían llegado a sus oídos por algún conducto, aquí en este capítulo contesta preguntas que le hicieron por escrito. Es de resaltar que la problemática iglesia de Corinto con sus múltiples cicatrices requería de un constante aconsejar de Pablo, algo que ahora beneficia a la iglesia contemporánea, pues de otro modo no se tendrían respuestas bíblicas a las multiformes situaciones que se presentan en cualquier congregación cristiana en el mundo.

Un refrán español dice “más se le conoce al hombre por lo que pregunta que por lo que responde”; efectivamente, el primer cuestionamiento de aquella lista de los corintios era algo que manifestaba sus prioridades: la relación sexual en el matrimonio. Pablo declara bueno le sería al hombre no tocar mujer, una sentencia que debe entenderse bien pues ha causado confusión en algunos intérpretes modernos. (La Biblia RVC 2011, expresa: “lo mejor para hombres y mujeres sería no tener relaciones sexuales”) El texto no está diciendo que el hombre “no se case” puesto que tanto en el Génesis como en el contexto rabínico contemporáneo de Pablo se afirmaba claramente que el matrimonio era algo muy bueno y loable; además de ello el propio apóstol en 1 Timoteo 4:3 menciona que prohibir casarse es “doctrina de demonios”. Por tanto, Pablo no pretende decir que se debe evitar casarse absolutamente. La respuesta parece relacionarse más con la idea que si dentro del matrimonio era loable la abstinencia sexual.

Efectivamente, Corinto, foco cosmopolita de toda clase de enseñanzas e impurezas sexuales, parece que enfrentaba ahora en el seno de la iglesia todo lo contrario. Practicar el celibato en el matrimonio era algo maravilloso para algunos y se creía que abstenerse de intimidad permitía a los cónyuges alcanzar mejor nivel de santidad. Esto es algo contrario a lo que enseña la Palabra en general y es a lo que Pablo empieza a poner orden.

Parece que alguien inquietaba a la congregación con tales afirmaciones que en realidad eran antibíblicas. Desde el Edén la orden primigenia del Señor era de “crecer y multiplicarse” y la mujer era la “contraparte ideal” del varón. Además, el apóstol indica que “a causa de las fornicaciones”, es decir, por lo peligroso de las inmoralidades sexuales de toda índole, “cada quien debía tener su cada cual”, expresión que no está en plural para que nadie crea que se está permitiendo la poligamia. Este texto es totalmente monógamo pues sólo habla de tener “su propia (o)” cónyuge.

En una expresión de igualdad inimaginable en aquellos tiempos, Pablo muestra que ambos cónyuges son deudores uno al otro del deber conyugal. Esto es muy interesante pues al apóstol lo han descrito como misógino (es decir, con aversión hacia la mujer) en alguna ocasión, pero en este pasaje él indica que en la intimidad de un hogar, allí en la recámara, ambos esposos son iguales y ambos deben disfrutar el placer sexual que está en el marco santo del matrimonio, en donde la mujer no es un objeto de placer o una muñeca sin vida ni derechos, ella tiene también la libertad del goce íntimo con su esposo y además se le atribuye ser merecedora de esa bendición.

Ahora el apóstol indica: La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. (“La esposa ya no tiene poder sobre su propio cuerpo, sino su esposo” Biblia RVC 2011). La palabra “potestad” se traduce del griego “exousía” que no es otra cosa que autoridad delegada, como cuando el emperador empoderaba a un gobernador. Esa es la misma palabra que usa Jesús en Lucas 10:9 para indicar que nos otorgaba un poder para enfrentar a las fuerzas del diablo. Es así que el hombre tiene poder delegado del cielo sobre el cuerpo de su esposa para estar con ella con todo derecho en la intimidad, pero es hermoso observar que ella también tiene esa calidad de derecho y poder sobre el cuerpo de su esposo con quien que se casó. Nadie ajeno al vínculo matrimonial tiene derechos o poderes sobre el cónyuge.

No os neguéis el uno al otro, enseña mucho. Si bien algunas mujeres en el mundo usan algún chantaje sexual en contra de sus cónyuges para lograr algún fin, eso no deberá ocurrir nunca con las parejas cristianas. Negarse a sostener intimidad con el marido no está aprobado por Dios pues la unión tiene entre otros objetivos, el tener intimidad con la persona con la que se casó. Si los esposos comienzan a fallar en ello, todo terminará afectando la relación matrimonial y puede caer en el total desastre. El texto advierte: para que no os tiente Satanás pues el enemigo busca una brecha de dónde tomarse para dañar la vida de los esposos cristianos. El hombre debe entender que él tampoco se puede negar a darle a la esposa intimidad, pues eso sería un pecado que llevará a su matrimonio a situaciones destructivas.

La palabra “neguéis” se deriva de “fraude” o “robo”; si una persona no está sosteniendo relaciones con su cónyuge en realidad está cometiendo un fraude. Sin embargo, parece decir el apóstol, sí se puede suspender por un corto período de tiempo el tener relaciones sexuales si lo que se está buscando es un retiro espiritual para darle lugar sosegadamente a la oración, no es necesariamente obligatorio, tan sólo es una sugerencia y para ello el apóstol pone la condición de que sea por algún tiempo y por mutuo consentimiento. Sin pasar mucho tiempo, se deben los cónyuges juntar en uno, pues debido a ese tipo de “retiro” al cual Pablo le llama incontinencia aquí el diablo puede aprovechar para destruir el matrimonio cristiano con tentaciones bien planeadas, seguramente casi todas de índole sexual, aunque no necesariamente, pues puede meter dudas respecto al amor o fidelidad del otro cónyuge. El enemigo del cristiano está pendiente de los errores y debilidades de los creyentes y si nota que la vida sexual se está restringiendo, provocará tentaciones que lleven a los consortes a la infidelidad o impurezas sexuales que lastimen su matrimonio o también a pensamientos como el celo destructivo.

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