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Un buen ministro de Jesucristo, 1 Timoteo 4:6-16

4:14 “No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio”.


En la iglesia primitiva, Dios reveló muchas veces, su voluntad a través de los profetas. Hechos 13:1-3, muestra la ocasión en donde los profetas tomaron parte activa comisionando a Pablo y a Timoteo en su trabajo misionero. En el caso de Timoteo, la profecía pudo haberse dado en el tiempo de su ordenación por el presbiterio (1 Ti 1:18) o tal vez unos doce años antes, en Listra, cuando Pablo lo incluyó en su grupo, durante su segundo viaje misionero y puso sus manos sobre él (Hch 16:3; 2 Ti 1:6). Las profecías sobre Timoteo indicaban el importante ministerio al que el Señor le estaba llamando y que posteriormente se cumplieron. Eso ratifica la realidad del ministerio profético en el Nuevo Testamento, que no ha desparecido en nuestro tiempo.

Timoteo había sido dotado especialmente para su tarea. De aquí que Pablo prosiga: No descuides el don que hay en ti. Timoteo debía emplear con el mayor cuidado el don recibido, que le hacía ser apto para exhortar, enseñar y guiar. Debía hacer uso de éste cuando administraba la Palabra y también ejercerlo cuando decía a otros cómo debían predicar. Tenía un don, (de ciencia, de fe, o de discernimiento?, no se nos dice.) que le fue otorgado por el Espíritu Santo. Por eso Pablo escribe: que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio. Es decir, hubo profecías por parte de varios presbíteros/ancianos/pastores.

Esta “ceremonia” de imposición de manos, ocurre en la iglesia moderna cuando se ordenan ministros, diáconos y oficiales de las iglesias. También cuando los ministros ascienden en sus credenciales o son instalados como pastores. Desde luego, cuando son nombrados a ocupar posiciones importantes dentro de la denominación. Ocurre algo especial, que repite la experiencia entre Pablo y Timoteo de sentir “el fuego de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (2 Ti 1:6) La versión bíblica NVI expresa: “que avives la llama del don de Dios” (Nota del Dr. Teófilo J. Aguillón, director de este Comentario: Por espacio de unos 50 años he puesto mis manos sobre líderes y pastores de iglesias; sobre oficiales de las Secciones y Distritos; sobre alumnos graduados de los Institutos y Seminarios; y sobre líderes nacionales en el momento de su consagración. Últimamente en 2010 y 2014, sobre el Pbro. Abel Flores A., Superintendente General de las Asambleas de Dios en México y sobre el Pbro. Gilberto Cordero J., Tesorero General, en 2018. Puedo decir, que siempre ha ocurrido algo)

Es el traspaso de un don, del dador al receptor. Esta práctica sustituyó al derramamiento de aceite sobre la cabeza de reyes y sacerdotes que eran consagrados a Dios en el Antiguo Testamento. Es un acto de gracia del Espíritu Santo por el cual se otorga un “favor” especial al receptor, capacitándolo para llevar a cabo los deberes de un importante oficio.

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