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Ministros del Nuevo Pacto, 2 Co 3:1-18

 3:4-6 “Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; 5no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, 6el cual así mismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, más el espíritu vivifica”.


La confianza que tenía Pablo acerca de su llamamiento radicaba en las vidas cambiadas de los corintos por el poder del Espíritu Santo. Su santa osadía en cuanto a su ministerio le lleva a reconocer que por él mismo no hubiera logrado nada, pues ni siquiera le pertenecen “los pensamientos, sino que toda la capacidad proviene de Dios. Todo lo que él es y lo que él hace es por obra del Espíritu Santo: “… por la gracia de Dios soy lo que soy…” (1 Co 15:10) y “pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, …” (2 Co 4:7).

En 2:16 Pablo pregunta: … Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?, la respuesta formal es esta: “el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto”. Dios, dice el apóstol, nos ha hecho competentes para estas cosas, como apóstoles hacemos bajo la influencia divina lo que Dios mismo ha preparado. Ahora somos ministros del “nuevo pacto”. “Nuevo” del griego Kainos, nuevo en cualidad, no del griego neos, que quiere decir nuevo en temporalidad. El “pacto bíblico” es una relación iniciada por parte de Dios hacia el hombre. Dicha relación el hombre no puede iniciarla o alterarla, sino aceptarla o rechazarla.

El “nuevo pacto”, el profeta Jeremías ya lo había profetizado. Jeremías 31:31-34 expresa: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque yo fui como un marido para ellos, dice Jehová.

Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”.

El autor de la epístola a los Hebreos ocupa tres capítulos (8,9 y 10) para explicar por qué el “nuevo pacto” era mejor que el “antiguo pacto”. Este nuevo pacto es la nueva dispensación de verdad, luz y vida por Cristo Jesús; un sistema que no sólo prueba que procede de Dios, sino que necesariamente implica que Dios mismo, por su propio Espíritu es un Agente continúo en él, interminablemente, haciendo que sus poderosos propósitos se cumplan.

En 1 Ti 1:12, Pablo dice: “Le doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque ha confiado en mí y me ha dado fuerzas para trabajar por él” (TLA). Este nuevo pacto necesita ministros competentes por el Espíritu de Dios, ministros cuyas fuerzas y capacidades para desempeñar este trabajo vengan directamente de Dios.

“No de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica”, es una frase de las que más se abusa. Algunos mencionan que establece un contraste entre lo literal y lo espiritual de cualquier enseñanza o texto. Pero, ¿qué dice Pablo con esto? Sí hay un contraste, pero es entre la ley de Moisés, que consiste en un código escrito, y el evangelio de Cristo. En Éxodo 24 nos narra que Dios dio a Moisés todas las leyes necesarias para su pueblo. Este código demandaba una norma imposible de alcanzar sin ayuda. En cambio, el Nuevo pacto, inaugurado por Cristo, ofrece al hombre la capacidad para guardar el antiguo. El antiguo pacto (letra) condenaba, el nuevo (espíritu) da vida.  

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