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Es difícil pensar aquí en la figura de un embajador de un país poderoso, porque estos embajadores están rogando. No prestan mucha atención a su propia dignidad o señorío. Eso hace más fuerte la figura de Cristo, el Rey, “el cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo” (Fil 2:6,7) y manda a sus embajadores con semejante realeza.
Dios es tan magnánimo con el pecador al haber ofrecido a su Hijo como mediador y espera que el pecador se reconcilie con Él.
Cuando hemos sido comisionados por el Padre, como parte de su linaje, qué gran satisfacción y gozo se siente cuando como embajadores con humildad, y sin ninguna pena, rogamos a los perdidos que se reconcilien con el Padre ¡y si lo hacen!