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Los pensamientos finales del capítulo 6 continúan en este versículo bajo la oración principal “tales promesas” (Hebreos 11:39). Las promesas a las que se refiere el apóstol son las mencionadas en 6:16-18, las cuales son de un valor incalculable, y de variadas índoles que nutren y llenan el caudal cristiano. Insiste el escritor mediante el uso de “kathairo”, término empleado para la purificación ceremonial, enfatizando que el evangelio demanda limpieza de “toda contaminación de carne y espíritu”. Estas contaminaciones son tanto externas como internas. Se condena igualmente un orgulloso espiritualismo que menosprecia las precauciones en las cosas externas, y el fariseísmo, que enteramente ocupado de lo que impresiona las miradas, se preocupa poco de los pecados del corazón.
Concluye la idea con la oración “epitelountes hagiosunën” que se traduce: “perfeccionando la santidad”. El verbo se encuentra en presente, lo cual da la idea de no tratarse solo de una santidad ritualista, sino como diría Robertson: “Una santidad agresiva y progresiva. Es decir que La vida santa dura mientras estemos en esta tierra”.
El creyente ha sido llamado a vivir una vida separada del mundo, una vida santa que implica ataques, desprecios y muchas veces sufrimiento físico. Recordar que el mismo Señor Jesucristo nos alienta: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad que yo he vencido al mundo” (Jn 16:33).
El llamamiento Santo que recibimos es sublime, por ello que el apóstol se aboque tanto en sus escritos a este tema. Según la investigación de Timothy P.Jenney
citado por Stanley M. Horton, (Teología Sistemática, Una perspectiva pentecostal, Ed. Vida.399-423).
La palabra santidad parte del término hebreo “qadash”, traducido con frecuencia como “el santo”, que conlleva la idea básica de separación, o de alejamiento del uso ordinario con el fin de ser consagrado a Dios y a su servicio. La Escritura enseña: “y seréis santos, porque yo soy santo” (Lev 11:44). Bajo esta definición se entiende que el creyente ha sido purificado como santuario, a través de la ceremonia de purificación. La santidad adquirida no solo es posesiva, sino también, se vuelve progresiva, al llevar al creyente cada día a una vida de mayor consagración y comunión.