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La expresión en el cual sufro, alude al hecho de estar literalmente “dentro de Cristo”. Dios le dirigía, aceptaba su voluntad. Era Dios quien permitía que estuviera privado de su libertad física, sus prisiones eran parte del plan divino. Por ello, podía soportar esa dura prueba. Sabía que a todo le podría hacer frente (Filipenses 4:13). No obstante, Pablo estaba seguro de que las circunstancias desfavorables eran oportunidades para compartir el evangelio. Mientras que su cuerpo estaba limitado a un espacio y lugar, la Palabra traspasaba los corazones de quienes la escuchaban.
Para este momento, el apóstol Pablo estaba prisionero por segunda ocasión en Roma. Esta vez no gozaba de las ventajas de su primer encarcelamiento (Hch 28:16 -31), no tenía libertad para invitar amigos o ser visitado. Se le consideraba peligroso, tanto como un malhechor. Estaba privado de su libertad en una celda fría (2 Ti 4:13), con cadenas (2 Ti 2:9) y sin esperanza alguna de ser liberado (2 Ti 4:6). Le pide encarecidamente a Timoteo que vaya a verlo con urgencia porque pensaba que moriría pronto (2 Ti 4:17). Por el contenido y circunstancias, se considera esta carta como la última del Apóstol.