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Una cosa debían saber los efesios como creyentes que comenzaban a vivir en Cristo, y era la batalla interior entre dos naturalezas irreconciliables. Esta batalla es la que se da entre el espíritu y la carne, entre el alma y el espíritu. “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma”. (1 P 2:11) “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí para que no hagáis lo que quisiereis”. (Gálatas 5:17).
Son los deseos engañosos del “hombre viejo” y los impulsos de la mente espiritual del “nuevo hombre”. Cuando un creyente no está advertido de esta lucha interna que se desata desde el primer día de su conversión, entonces queda expuesto a obedecer los deseos de la carne. … y vestíos del nuevo hombre creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Esta nueva criatura que ha nacido y se conoce como el “nuevo hombre” se inclinará siempre a favor de la justicia y la santidad, pero deberá ser siempre bajo los requerimientos ineludibles de la verdad. ¿Cuál verdad? No la verdad filosófica, no la verdad mística o religiosa, sino la verdad de Jesucristo revelada en las Sagradas Escrituras. “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad”. (Jn 17:17).