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Esta Carta la escribió el Apóstol Pablo desde su primer encarcelamiento en Roma, entre los años 61-63, como se cree. Cuando los hermanos en Filipos, se enteraron que Pablo estaba prisionero en Roma, quisieron hacer algo por él. Decidieron enviar una ofrenda por medio de Epafrodito, que hace honor a su nombre, “agradable”.
Esta ofrenda Pablo la califica en el Capítulo 4:18,19, con una expresión que se ha repetido a través de los siglos: “olor fragante, sacrificio agradable a Dios” .
Y desde luego con una bendición inconfundible: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falte conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”
Es muy posible que Epafrodito era un líder en la iglesia de Filipos. La iglesia renunció a él por mucho tiempo, dado lo largo de los viajes y el tiempo que se quedó al servicio de Pablo. Además de ser el portador de la ofrenda, Epafrodito se convirtió en colaborador y compañero de milicia… y ministrador de mis necesidades . No se sabe por cuantos meses y en que circunstancias, dado que Pablo estaba prisionero, y aunque tenía cierta facilidades, si es que en este tiempo disfrutó lo que se menciona en Hechos 11:30: “Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían”.
¿Quiénes pagaban el alquiler de la casa? Y ¿quiénes ayudaban a su manutención? Posiblemente Epafrodito fue uno de ellos, pues Pablo al final de este capítulo expresa: porque por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí.”. Debe de haber trabajado fuerte, al grado de enfermarse, pero prefirió quedarse en Roma ayudando a Pablo.
Como se deduce, en esta porción de la carta, Pablo envió a Epafrodito a su casa en Filipos de inmediato; y posteriormente les mandó al pastor Timoteo.
Así que le envío con mayor solicitud, para que al verle de nuevo, os gocéis, y yo esté con menos tristeza. Recibidle, pues, en el Señor, con todo gozo, y tened en estima a los que son como él.
Sin duda, Pablo muestra otra faceta de su grandeza, no solamente como teólogo, escritor, fundador de iglesias, sino un formador de equipos de trabajo, con los hombres fieles e idóneos, como Bernabé, Silas, Lucas y toda esa pléyade en la que destacan Timoteo y Epafrodito, que no era un predicador o maestro, a quien llama: “hermano… colaborador… compañero…mensajero y ministrador de necesidades.
en el camino tristemente surgen las personas que un tiempo fueron buenos amigos y colaboradores de confianza, pero algo les afecta y dejan al líder que les dio cobertura espiritual y ministerial. Tal es el caso de Demas, un compañero de equipo que falló a la confianza del apóstol y que negó a Jesucristo amando este mundo, quien había empezado bien (Colosenses 4:14; Filemón 24), pero terminó mal apartándose del propósito divino. Otro fue Alejandro el calderero, que le causó muchos males (2 Ti 4:10, 14). Nada debe desanimar a los pastores, ministros, maestros y líderes, siempre lo positivo sobrepasará a lo negativo. Allí están Timoteo y Epafrodito.
Pablo deja para la posteridad lo escrito en su segunda carta a Timoteo: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”.