Enoc caminó con Dios (Gn 5:22), y tan sólo este caminar pudo ser posible mediante la fe. Y cuando alguien agrada a Dios mediante la fe, Él podrá hacer con éste, cosas cada vez extraordinarias. Tal fue el caso de Enoc, quien “no fue hallado” (v. 5), porque Dios le traspuso. Y así como dijo Jesús: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (Mr 9:23), Enoc creyó que Dios era poderoso para llevarle al cielo sin sufrir muerte. Tan sólo dos casos vemos en las Escrituras de algo semejante (Enoc y Elías, 2 R 2:11), y evidentemente para tal cosa se requiere una gran fe.

Elige el escritor de Hebreos este momento para mencionar lo que bien puede ser el resumen de todo el discurso: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (v. 6), declarando así que la fe no es un asunto opcional para el cristiano, sino algo de vital importancia, tanto, que quien carece de fe no podrá agradar a Dios, es decir, que la incredulidad es la raíz más profunda de todo pecado, pues el que no cree es llamado incrédulo (1 Cor 6:6; 1 Cor 7:14; 1 Ti 5:8; Tit 1:15, etc.) y el incrédulo no tiene parte alguna con el Señor (Ap 21:8), porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”.