Una vez más puede observarse la obediencia como sustento de la fe, esta vez en el ejemplo de Abraham, quien “obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia” y que “salió sin saber a dónde iba” (v.8). Y no es que Dios esté en contra de la planeación, sin embargo, la orden de Dios supera cualquier programa y debe obedecerse tan sólo porque Él lo ha ordenado, en esto consiste la fe. Luego Abraham continúa ejercitándose en la fe al vivir como extranjero y morando en tiendas, aun teniendo el poder para comprar las propiedades que él quisiese (Gn 13:2), por tanto, su riqueza fue para él una auténtica prueba de fe.

Sara, quien, inspirada en la fe de su marido, tuvo la fe para concebir siendo estéril. No estuvo ella supeditada a la fe de Abraham, sino que por sí sola, nos dicen las Escrituras, ¹¹Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, tuvo fuerza para concebir, mientras que, en comparación, una mujer tan joven como lo fue Raquel, murió cuando daba a luz a Benjamín (Gn 35:16-18). Así, Sara bien pudo haber muerto, como Raquel, al tiempo que daba a luz a Isaac; sin embargo, aun sobrevivió treinta y siete años más (Gn 23:1). Todo mediante la fe.

Menciona también la Escritura el gran milagro que Dios hizo al multiplicar la población de los descendientes de Abraham (en la línea de Isaac y Jacob), pues siendo inicialmente tan sólo setenta y cinco personas en total (Hch 7:14), Dios multiplicó la población de Israel a millones. Esto considerando que cuando una persona era hecha esclava en el tiempo antiguo moría muy joven, y que los egipcios hicieron intentos por reducir la población israelita (p.ej. la matanza de los bebés en el tiempo del nacimiento de Moisés, Ex 1:13-16).