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Así que, hablando espiritualmente, el cristiano debe caracterizarse por ser una persona fuerte. Pablo dijo: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio” (1 Ti 1:12). Pues Cristo es quien fortalece a los hijos de Dios (Fil 4:13), y los hace vencedores ante cualquier situación (Rom 8:37). Para no caer en pecado, el cristiano debe ir al Señor día a día para que Él le fortalezca, pues Él ha dicho: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn 15:15).
Siguiendo esta misma línea de pensamiento, dice Hebreos: “Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas y haced sendas derechos para vuestros pies”, de decir, el cristiano se mantiene constantemente trabajando por el bien propio y el del hermano, y por estar cerca del Señor y haciendo el bien al prójimo, sus manos se mueven y hace andar sus pies; pero también, hace sendas derechas para sus pies, pues sabe de aquello en lo que ya ha caído, sabe de sus puntos más débiles y vulnerables y los refuerza, “hace sendas derechas para sus pies” (v. 13), pues de esta manera, su cojera será sanada. Dios hará que aquello en lo que antes fue débil y franqueable, ahora sea en él un área de gran fortaleza.