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Nos habla así de dos caminos, como siempre, involucrando el libre albedrío del ser humano: soportar o no soportar. Soportar significa tomar el asunto con humildad, ver en ello la vara de Dios como señal de su amor y volver a Él con arrepentimiento, como también nos dice: “Acerquémonos, pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb 4:16). El otro camino es la rebeldía, como el que tomó Caín cuando fue reprendido por Dios, o como los hijos de Israel, quienes se atrevieron a decir: “Porque Jehová nos aborrece, nos ha sacado de tierra de Egipto, para entregarnos en manos del amorreo para destruirnos (Dt 1:27).
Así que, si el cristiano soporta la disciplina Dios le seguirá tratando como a hijo, “porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?” (v.7). Todos los hijos de Dios han sido alguna vez disciplinados por el Señor, y nos dice Hebreos, “de la cual todos han sido participantes” (v. 8), y si alguno no recibe disciplina de Dios en este tiempo, significa que no es hijo aun (o que por su rebeldía, ha renunciado voluntariamente a sus derechos de hijo, aunque no deja de ser hijo). Es mucho mejor que el cristiano sea juzgado y disciplinado aquí que sea juzgado y castigado el día del juicio junto con los incrédulos, a esto se refiere el apóstol Pablo al decir: “Más siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Cor 11:32). La designación de “bastardo” (v.8) es dura, sin embargo, aunque se refiere en general a los hijos ilegítimos, aquí, más específicamente hace alusión a los hijos nacidos de una esclava (heb. «nothos»), como en el caso de Agar (mencionada en Gálatas capítulo 4), de quien nació Ismael, quien, aunque es hijo natural de Abraham, no se le considera el heredero, sino Isaac. De la misma manera, todos los seres humanos son hijos de Dios en la carne, pero sólo los hijos nacidos del Espíritu (Jn 3:8) son considerados hijos de Dios.