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5:7-10 “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec”.


“Y Cristo, en los días de su carne”, es maravilloso el lenguaje que ocupa el autor para referirse a Cristo. Juan por su parte habla de “el Cristo preexistente” (Jn 1:1), “la encarnación del Hijo de Dios” (Jn 1:14; 1 Jn 1:1-4), quien tomó forma humana para cumplir el ministerio de la reconciliación, puesto que era la única manera de redimir al hombre del pecado y de la condenación, cumpliendo en sí mismo todas las profecías que hablaron sobre su venida. Y estando en la condición de hombre cumplió a la perfección el plan divino del Padre; “ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte”, en gran agonía cuando se preparaba para enfrentar la muerte (Lc 22:41-44). Aunque Jesús clamó a Dios, pidiendo ser librado, Él estaba preparado para sufrir la humillación, la separación de su Padre y la muerte a fin de hacer la voluntad de Dios.

Muchos especulan si Jesús siendo el Hijo de Dios, pudo sufrir como hombre; en este sentido, las Escrituras no intentan convencer a nadie de los sufrimientos humanos de Cristo; el Espíritu Santo solo se limita a plasmar en su palabra inspirada la humanidad de Jesús: nació de una mujer (Mt 1:18; Lc 2:4-7); creció como cualquier niño (Lc 2:39-42); tuvo hambre (Mt 4:1-2; Mt 21:18-19; Gá 4:4-5); experimento el sueño (Mr 4:38); compartió las emociones humanas (Jn 11:35, 38; Mr 6:34 Mr 3:5); fue tentado, como cualquier hombre (Mt 4:1-11; Lc 4:1-15).

En su carta a los Filipenses, el Apóstol Pablo habla de la manera en la que el Hijo de Dios se encarnó y tomó completamente la naturaleza humana (Fil 2:5-11); sin embargo, el momento en que la humanidad del Señor fue puesta a prueba, es sin duda, el día de su pasión y muerte como lo describen los escritores de los Evangelios. Es muy probable que quien escribe la Carta a los Hebreos, tenía presentes las escenas en las que Jesús ruega y suplica al Padre que lo librara del sufrimiento, que se volvía más agudo mientras más se acercaba el momento de su martirio en la cruz, cuando el Señor cargaría con los pecados de la humanidad.

Las Escrituras revelan cómo el Señor comenzó a sentir el peso de la muerte en todo su ser en el Getsemaní: “Y tomando a Pedro, y a los hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera; Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo” (Mt 26:37, 38); el Escritor Lucas en el capítulo 22:41, dice de la pasión de Cristo: “Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lc 22:41-44)

El momento de mayor sufrimiento fue cuando el Señor en la cruz experimentó por primera vez la ausencia del Padre: “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27:46). Sin embargo, nuestro Señor “fue oído a causa de su temor reverente”, el Padre nunca abandonaría su Hijo (Sal 22:19-21, 24). El Diccionario Vine NT describe que: eulabeia, significa, en primer lugar, precaución; luego, reverencia, temor piadoso (Heb_5:7: «temor reverente»; en general, aprensión, pero especialmente un temor santo, aquel temor y amor entremezclados que, combinados, constituyen la piedad del hombre hacia Dios>>. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia”, el clamor de Jesucristo en el Getsemaní está impregnado de un amor absoluto al Padre por encima de su propio dolor y angustia. En su interior el Señor deseaba que la copa del juicio que el Padre iba a derramar sobre Él no fuese necesaria; sin embargo, las palabras de amor por obedecer al Padre y su Palabra eran más poderosas que su misma agonía por causa del pecado (Is 53:10; Jn 10:17, 18; Mt 16:39; Lc 22:42; Jn 18:11).

“y habiendo sido perfeccionado, aunque el Señor era perfecto en todos los sentidos, y no había ningún pecado en Él, de otra manera su sacrificio no hubiese sido acepto a los ojos de Dios (Ex 12:5); el sentido de perfección al que se refiere el autor de la epístola, es con respecto a los sufrimientos del Señor el día de su pasión y mediante los cuales fue perfeccionado como hombre; Jesús compartió el dolor humano al que todo hombre nacido de mujer estaría expuesto por causa del pecado, incluyendo la muerte; Dios quiso pasar a su Hijo por el dolor y la angustia humanos y de esta manera lo preparó para ser el redentor de la humanidad perdida. El Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI expone: Necesitaba aprender lo que implica la obediencia a Dios en términos prácticos, en las condiciones de vida humana en la tierra, de modo que pudiera simpatizar con aquellos que son probados de manera similar y enseñarnos por su propio ejemplo hasta qué extremo debe someterse a Dios y obedecerlo (Hebreos 12:1-11; 13:13).1

“vino a ser autor de eterna salvación” y aunque sufrió el quebranto y al final murió en la cruz, el propósito detrás del sufrimiento de Jesucristo era más poderoso que la misma muerte, y este era el de llevar a muchos hijos a la gloria (Heb 2:10); Isaías lo menciona de la siguiente manera: “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores” (Is 53:10-12). Jesucristo es la razón, base, y fuente de la salvación, fuera de él era imposible que el hombre pudiera alcanzarla por medios propios; “y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec”. Más adelante, en el capítulo 7, el autor de la epístola, hablará ampliamente acerca de este personaje quien es un tipo de Cristo en el Antiguo Testamento. Algunos comentaristas ven en Melquisedec al Cristo pre encarnado (Gn 14:18-20).

1G. J. Wenham, J. A. Motyer, D. A. Carson y R. T. France, Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI, Casa Bautista de Publicaciones, Edición 1999, p. 1381



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