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Continuación…Advertencia contra la apostasía, He 6:1-20

6:13-20 “Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente. Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa. Porque los hombres ciertamente juran por uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el juramento para confirmación. Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.”


Ahora el escritor da un giro vertiginoso hacia la gracia aclarando a sus destinatarios que la obra a la que él se refería no era aquella que nacía de la ley mosaica, sino que se remontaba más atrás, al padre de la fe, y cómo aquella obra por la cual Abraham había sido llamado amigo de Dios, nacía, no por obras de justicia, sino únicamente por la fe (Ro 4:2,3, 13, 16; Gá 3:6-8, 16), a la que los destinatarios debían imitar, sirviendo a Señor con perseverancia, no esperando una recompensa nacida de obras muertas, sino la recompensa que nace de la fe.

Una alusión a dos cosas muy importantes, en estos textos:

1 La fidelidad de Dios. El Todo poderoso le hizo a Abraham una promesa, y para ratificarle que su promesa era inquebrantable y se iba a cumplir interpuso juramento, esto es lo que los eruditos llaman “el pacto Abrahámico”, el cual es un pacto incondicional puesto que su cumplimiento no dependería de Abraham, sino exclusivamente de Dios.

2 La paciencia de Abraham. a pesar de que el pacto de Dios con Abraham era un “pacto incondicional”, Abraham también jugaría un papel importante para su cumplimiento, puesto que sólo se le había dicho: “Vete de tu tierra y tu parentela (Gn 12:1)…. y salió sin saber a dónde iba” (Heb 11:8), y aunque la promesa tardó, Abraham supo esperar con paciencia en las promesas de Dios hasta que las alcanzó. Ahora, los hijos de Abraham, que eran estos hebreos parte de la iglesia primitiva, debían ser fieles y perseverantes esperando con paciencia la recompensa a su fe.

Aludiendo al juramento, una práctica muy común entre los judíos, el escritor confirma que Dios también ha interpuesto juramento como la póliza de garantía para el cumplimiento de su palabra. Exhorta a los judíos creyentes a creer en la palabra de Dios, aludiendo que mayor es la palabra de Dios que la palabra de los hombres, puesto que, los hombres necesitan poner a alguien como su testigo y juramentar por uno mayor, para que se ratifique la veracidad en toda controversia. Y si ellos eran capaces de creer en el juramento de simples hombres mortales, cuánto más deberían poner su confianza en Aquel que había jurado por sí mismo, no habiendo nadie mayor.

La palabra dicha a Abraham, no solo tendría cumplimiento en él, sino con su descendencia, y ellos, los destinatarios eran la descendencia de Abraham, tanto por la fe, como “por la carne”. Por esta causa Dios dejó un testamento en el que Él mismo empeñaba su palabra, para que quedara establecido que su promesa no solo iba a cumplirse en Abraham, sino en todos los que como él creyeran; “para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, gr.ametádsetos “inalterable, que nunca cambia”. Dos cosas inmutables de Dios: su palabra (Is 40:8); y su juramento (Gn 24:7; 26:13; Dt 7:8; Sal 105:9; Jer 11:5; Sal 110:4; Sal 132:2; 132:11).

En cuanto a la promesa que Dios le dio a Abraham, ésta iba acompañada de la palabra juramentada que se iba a cumplir incondicionalmente en la vida de Abraham; por tanto, insiste el autor de la Epístola: “tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma y que penetra hasta adentro del velo, donde Jesús entró como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.”

Una vez más el escritor, centra toda su atención en la fe que distinguió a Abraham y cómo, aquella fe y paciencia le ayudaron a alcanzar las promesas. Sin embargo, el clímax de la disertación no apunta a la obra de fe de Abraham, sino a la obra de Jesucristo terminada en la cruz, y quién ha recibido una promesa mayor que la de Abraham. Siendo Jesucristo “la esperanza” segura “y firme ancla del alma”, que penetró hasta detrás del velo para abrirnos el camino de salvación.



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