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El motivo de este motín fue que los judíos aceptaban que los gentiles fueran judaizados, pero no estaban de acuerdo en que se convirtieran al cristianismo.
La multitud había escuchado con atención a Pablo. Supieron de su nacionalidad, su educación, y de su celo por Dios, pero no aceptaron su forma de predicar el evangelio a los gentiles. El tribuno no comprendió lo que Pablo estaba hablando, pues estaba hablando en arameo y sobre asuntos teológicos. Al principio pareció estar todo en orden, pero en el momento en que ellos escucharon la palabra “gentiles”, todo se trastornó.
Los judíos no aceptaban que un gentil fuera igual a ellos. Aun muchos de los que se consideraban creyentes en Cristo, querían que los gentiles se circuncidaran y que siguieran la ley de Moisés; pero Pablo fiel a las decisiones del Concilio de Jerusalén en el año 50 (Hechos cap. 15) predicaba que solo tenían que abstenerse de lo ofrecido a los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre. Esos judíos del tumulto no aceptaban ni siquiera eso y por eso querían eliminar a Pablo.
Lucas describió en este capítulo como la multitud que se encontraba en la parte baja de las gradas de la fortaleza Antonia dio rienda suelta a sus emociones; y a voz en cuello, sin mencionar el nombre de Pablo, pedían que Pablo desapareciera de la faz de la tierra; además rasgaban sus túnicas, arrojándolas al aire en señal de dolor por supuesta blasfemia. También aventaron tierra hacia arriba como señal del luto. El tribuno tuvo que actuar con rapidez para evitar un alboroto, aunque no comprendía el motivo que lo había originado.
Esto demostró dos cosas que estaban sucediendo en el cristianismo en el primer siglo: primero, la igualdad entre los gentiles y los judíos ante el mensaje de salvación; y segundo, el rechazo de una mayoría judía al evangelio predicado.
