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Se acostumbraba en esa época que los príncipes y autoridades judías fueran a darle la bienvenida al nuevo gobernador romano y ponerse a sus órdenes.
Con sabiduría el gobierno de Roma, permitía que en ciertas regiones del imperio, gobernaran simultáneamente los “reyes” del lugar y los procuradores romanos. Éstos últimos, desde luego, eran la autoridad máxima en los asuntos principales, apoyados en los destacamentos del ejército, dejando a los gobernantes locales, los asuntos menores y sobre todo lo concerniente a sus ordenanzas religiosas, como claramente se observa en la relaciones con los judíos.
Festo al conocer el curriculum de Agripa II, que ya era un hombre como de 30 años de edad, gobernante de los territorios del noreste de Palestina, amigo de la familia imperial, custodio de los tesoros del templo, y quien había designado al sumo sacerdote, lo consideró el hombre idóneo para que le diera el mejor consejo, sobre qué cargos poner en la carta que debía enviar al emperador romano junto con el preso.
Festo tenía varias interrogantes por seguro: -Por qué no lo enjuició Félix, por qué lo dejó preso?, desconocía la ley judía y creía que era algo referente con esa ley, también en su cabeza no cabía la idea de que dijeran que Jesús estaba muerto y Pablo alegaba que estaba vivo, que había resucitado. Esto no le sonaba lógico.
Así que le expone el tema al rey, porque siguió sin entender lo que sucedía, pues cuando fue a Jerusalén los ancianos y los principales sacerdotes le pedían la muerte de Pablo.