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Después de mostrarle al rey los puntos principales de la salvación, le habla del arrepentimiento, de la manera como él mismo fue obediente a la voz de Jesús, aunque omitió su nombre, para que ninguno de los presentes se ofendiera. A su pregunta de ¿Qué quieres que yo haga?, a su pronta rendición, a su ausencia de rebeldía, hubo un premio para su obediencia: Dios inició un trato especial con Pablo.
Le indicó que entrara a la ciudad y que ahí le dirían lo que debía hacer. Un humilde creyente, Ananías, oraría por él, para que recibiera dos cosas maravillosas: “ la vista y la llenura del Espíritu Santo”.
Cuántos obedientes Ananías, han existido a través de la historia, cuyos nombres quedaron en el olvido -aunque no del Libro de la Vida- que valientemente, venciendo los temores de ignorancia, incapacidad e insuficiencia han obedecido la voz de Dios: “Ve, porque instrumento escogido me es éste” y han dado el mensaje a los que después fueron pastores, evangelistas o maestros, que superaron al humilde testigo que les presentó a Cristo.
Primeramente, a los de Damasco les dio su testimonio y les pidió que se convirtiesen a Dios, “haciendo obras dignas de arrepentimiento”. Y luego siguió con Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y con los gentiles”