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Lucas continúa la dramática narrativa con un problema más a resolver; ya muy cerca de la playa arenosa, el barco nuevamente encalló en una porción rocosa con poca profundidad, compuesta de arena arcillosa por la desintegración de las rocas que absorberían peligrosamente la parte delantera del barco, además de que la parte trasera estaría expuesta al embate violento de las olas. Ante la poca distancia a la playa los soldados decidieron matar a todos los presos que estaban bajo su custodia antes que se dieran a la fuga nadando.
La ley romana permitía el asesinato de los presos antes que se fugaran, ya que de lo contrario ellos pagarían con su vida. Por segunda vez en la vida el apóstol Pablo se encuentra en una situación parecida, como en la cárcel de Filipos (Hch 16: 26-28), y al igual que la vez anterior de ninguna manera intenta escaparse sino confiar en las promesas divinas. Como respuesta, el centurión decide sabiamente evitar el sacrificio de los presos dentro de los cuales se encontraba Pablo. La providencia divina siempre preparó todos los recursos para que su siervo cumpliera la gran comisión. Entonces Julio el centurión dio órdenes que se llevaron a cabo inmediatamente: primero, los que supieran nadar desalojarían la nave rumbo a la bahía, los que no, ordenó que tomaran alguna tabla o un material que flotara para llegar a tierra. Aquí Lucas describió como todos llegaron a salvo a tierra tal como Pablo lo había solicitado al Señor y como ninguno había perecido. Y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo (v.25.).
La proclamación de la gran comisión, ahora como ayer, debe ser notificada a todo tipo de personas, a los presos, a expertos en la materia, a los gobernantes, a quien el Señor ponga al alcance. La función de la iglesia entre otras cosas, es de orar porque surjan hombres que estén capacitados para compartir las buenas noticias llenas de esperanza, ganadas con la vida, obra, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.