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Se sorprendieron, era un hecho inaudito, algo sobre natural, porque no era una escuela de idiomas, porque no había personas que les enseñaran las lenguas de otras partes del mundo, algunos eran gente del vulgo, sin muchas o mejor dicho sin nada de letras, algunos eran pescadores y otras, mujeres amas de casa. Lo maravilloso es que el Espíritu Santo utilizó lenguas conocidas para los extranjeros que visitaban Jerusalén, con un propósito: que esta gente que había venido a adorar y a entregar sus ofrendas del pentecostés, no regresaran igual, sino que escucharan acerca del Cristo que cincuenta días atrás había entregado su vida para salvar la de ellos. Al escuchar el inspirado mensaje de Pedro miles se convirtieron y aún se bautizaron (2:41)
Cuando el Espíritu Santo bautiza puede hacerlo con lenguas humanas o angelicales (1 Co 13:1), el hablante no las entiende, pero puede haber en la congregación personas que sí las entienden, como ha sucedido muchas veces en el área de New York, en donde se hablan lenguas de todo el mundo.