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No pudieron castigarlos pues no podían negar el milagro ante tantos testigos, tampoco refutaron las palabras de ellos. Las autoridades no intentaron desmentir la predicación apostólica pues los hechos hablaban por sí mismos; por lo tanto, los oficiales del concilio pusieron en libertad a Pedro y a Juan y solo se les ordenó que no proclamaran la doctrina de Jesús. Ante la evidencia abrumadora e irrefutable del milagro, su decisión fue el rechazo absoluto a la verdad. El Sanedrín quiso silenciar a los apóstoles, pero después del discurso de Pedro fueron ellos quienes guardaron silencio.
Así cuando las personas se oponen al evangelio su corazón se cierra por completo, por ello es de vital importancia acompañar nuestro testimonio de la presencia del Espíritu Santo. Las amenazas dan muestra del temor de los sacerdotes a perder su posición y autoridad, olvidando el temor a Dios. El creyente fiel no puede callar lo que ha visto y experimentado. ¡Él da las fuerzas para ser portador de las buenas nuevas!