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En este versículo se da evidencia del cambio que tuvieron Pedro y Juan, por lo que de regreso a Jerusalén se van predicando la palabra en muchas poblaciones de Samaria; y lo hace ese Juan “hijo del trueno” que alguna vez le sugirió a Jesús hacer que lloviera fuego sobre esas ciudades. También debe notarse el hecho de que la instrucción que Jesús les había dado anteriormente, de que por camino de samaritanos no anduvieran, ya no aplicaba. A partir de este evento, es decir, de predicar el Evangelio a los samaritanos, la palabra de Dios dejaba de ser exclusivamente judía.
Para que la Iglesia pueda avanzar necesariamente se requieren cambios. Estamos limitados por los programas ya existentes, y cuando surge una voz diferente podemos sentirnos amenazados, sobre todo, por el impulso que traen las nuevas generaciones. Podemos hacer caso omiso a esta situación, y todo liderazgo con ideas nuevas perderá su motivación, y se convertirán en personas rebeldes o resentidas, y eventualmente abandonarán la iglesia o tristemente, el camino.
Es verdad que la Iglesia debe ser prudente con los cambios, sin embargo, esa misma pasión que mostramos para obedecer la palabra de Dios, también debe estar presente cuando es Dios quien motiva los cambios. La Iglesia primitiva tuvo que tomar decisiones que ayudaron a extender el reino de Dios.
