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A una distancia de setenta kilómetros de Jerusalén, en Jope, había una discípula del Señor llamada Tabita en arameo y Dorcas en griego, cuyo significado era gacela. Jope, ahora parte de Tel-aviv-Jafa era una ciudad portuaria bastante próspera. Estuvo bajo el gobierno judío durante casi cuarenta años, hasta que por el año 6 D.C. pasó a estar bajo la autoridad de Roma. En esta ciudad de la costa del mediterráneo, vivía esta discípula de Cristo, de quien Lucas resalta su conducta filantrópica y generosa. Muy importante es mencionar, que en la cultura grecorromana nunca se consideraban a las mujeres como seguidoras de algún maestro, y Lucas no duda en resaltar el cambio de paradigma y la inclusión de la mujer aún en la iglesia de Judea.
Las mujeres judías estaban involucradas en proyectos de caridad. En general, dentro de la cultura grecorromana, algunas mujeres eran protectoras oficiales de las viudas y algunos otros necesitados.
Los judíos siempre lavaban a sus muertos antes de enterrarlos, lo cual procuraban hacer en el lapso de un solo día, para no contaminarse. “No tardes en venir a nosotros”, implica la premura de atenderla antes del anochecer, ya que Lida y Jope, distaban de unos 16 kilómetros, lo que suponía un recorrido de unas 6 o 7 horas para los mensajeros.
Pedro ya había presenciado un milagro de resurrección en el ministerio de Jesús, con la hija de Jairo junto con Jacobo y Juan (Mr.5:38-43). La expresión: Talita cumi, aún resonaba en su mente y no dudó en lo más mínimo (después de orar de rodillas), dar una orden similar; Tabita cumi, que en la lengua de Judea significaba: “Tabita, levántate”.
“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” ( Hebreos13.8 ) y tiene poder para obrar milagros en nuestras vidas hoy, haciendo que los no convertidos, crean en Él y vengan al conocimiento de su palabra.
El éxito en esta campaña de visitación por los alrededores de Judea, los milagros y conversiones masivas de judíos, hizo que Pedro deseara quedarse por algún tiempo en éste puerto de Jope en casa de Simón, un judío curtidor de pieles. Era costumbre, por aquel tiempo, nombrar a la gente de acuerdo con su ocupación o ascendencia.
Los observadores judíos de las opiniones fariseas, evitaban a los curtidores cuando era posible, por su continuo contacto con los cadáveres inmundos de los animales. Los maestros del segundo siglo registraron que las curtidurías estaban prohibidas en Jerusalén, aunque muchos rabinos eran más indulgentes si éstas estaban cerca del agua como lo estaba la casa de Simón (10:6); no obstante, el judaísmo hacía hincapié en la hospitalidad, y Pedro, quien de todos modos nunca siguió las opiniones farisaicas, estaba feliz de poder ser objeto de ella. Pronto iba a vivir una experiencia trascendente.