Mateo 14:6-12 “Pero cuando se celebraba el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio, y agradó a Herodes, 7 por lo cual éste le prometió con juramento darle todo lo que pidiese. 8 Ella, instruida primero por su madre, dijo: Dame aquí en un plato la cabeza de Juan el Bautista. 9 Entonces el rey se entristeció; pero a causa del juramento, y de los que estaban con él a la mesa, mandó que se la diesen, 10 y ordenó decapitar a Juan en la cárcel. 11 Y fue traída su cabeza en un plato, y dada a la muchacha; y ella la presentó a su madre. 12 Entonces llegaron sus discípulos, y tomaron el cuerpo y lo enterraron; y fueron y dieron las nuevas a Jesús”.

Herodes celebrando su cumpleaños, incitado por el vino y por la sensual danza de su hijastra, deseando impresionar a los presentes jura darle lo que le pida, “hasta la mitad de su reino”. Y ella, aconsejada por su madre pide la cabeza de Juan. En la cultura judía los juramentos se tenían que cumplir, ya que eran considerados un voto o promesa que implicaba maldición por incumplimiento o por mentir.

Para Meditar: A veces, buscando reconocimiento, podemos ser ligeros al hablar. El Eclesiastés advierte “No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra…; por tanto, sean pocas tus palabras. No dejes que tu boca te haga pecar…” (5:2,6). También esta historia nos ilustra que podemos pecar si nos dejamos llevar por nuestros deseos. Por agradar a otros podemos quedar cautivos de la palabra que externamos, acabando involucrados en situaciones no deseadas y que nos desagradan. Entonces nos vemos obligados a cumplir forzados, o bien a no cumplir lo prometido en detrimento de nuestro testimonio. Por ello Jesús nos insta a que “No juréis en ninguna manera… sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.” (Mt 5:34,37). Es decir, a que seamos hombres y mujeres de palabra, para quienes Sí es Sí, y No es No, que nuestro hablar sea sin ambigüedades, y evitar ser enredados por los dichos de nuestra boca.

La muerte del Bautista, producto de esta promesa banal, y su cabeza colocada en ese plato, nos recuerda las terribles consecuencias de tomar decisiones precipitadas; tanto del rey que promete sin pensar, como de la hijastra que perdió la oportunidad de ocupar la promesa hecha para algo más productivo y benéfico para ella.