Parábola de los dos hijos, Mt 21:28-32

Mateo 21:28-32 “Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. 29 Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue. 30 Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue. 31¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. 32Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle”.

Luego de que Jesús dejara en claro su autoridad, les relata dos parábolas, que se refieren a lo mismo. La viña en cuestión es de la que habla la Escritura “Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel” (Is 5:7).

Se refiere a un Padre que envía a sus hijos a trabajar en la viña ese mismo día. El primero contesta groseramente que no irá porque no quiere hacerlo, lo dice sin ningún respeto por su padre, pero luego se arrepiente y hace lo que el padre le pide. El segundo hijo fue muy amable, hasta reverente, dijo sí Señor yo iré, sin embargo no lo hizo. A la pregunta de Jesús de quién hizo la voluntad del padre, es claro que el primero. Tenemos pues a un hijo desobediente que obedeció, y a otro obediente que desobedeció. El primero fue descortés en la manera de contestar, el otro aparte de desobediente fue hipócrita y mentiroso. Ninguno de los dos era perfecto, pero al momento de obedecer mostraron diferente carácter.

Jesús explica que los cobradores de impuestos y las prostitutas son como el primer hijo, desobedientes, pero cuando escucharon el mensaje de Juan y el de Jesús se arrepintieron, dando un giro a su vida y volviéndose a Dios. A los líderes religiosos los representaba el segundo hijo, eran piadosos en apariencia y desobedientes en el fondo. Fácilmente aplica a los primeros “Y cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; si él se convirtiere de su pecado, e hiciere según el derecho y la justicia,  si el impío restituyere la prenda, devolviere lo que hubiere robado, y caminare en los estatutos de la vida, no haciendo iniquidad, vivirá ciertamente y no morirá.  No se le recordará ninguno de sus pecados que había cometido; hizo según el derecho y la justicia; vivirá ciertamente”. (Ez 33:14-16). Eran pecadores y lo sabían, pero fueron sensibles a la voz de Dios. Los otros se consideraban limpios por su justicia personal, creyendo que la necesidad de arrepentirse era para los primeros porque eran pecadores, pero no para ellos, porque diezmaban, oraban y leían las Escrituras, sin embargo, estaban alejados de Dios.

Para Meditar: Esta situación no es privativa de la época de Jesús, en la actualidad también podemos encontrar personas que se ponen una máscara de piedad, pretendiendo ser maduros espiritualmente; personas que se sienten tan satisfechos de sí mismos que se atreven a ver por debajo del hombro a todos aquellos que no piensan ni son como ellos, considerándose propietarios de la verdad y de la gracia de Dios. A estos Jesús les dice “tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. (Ap 3:17-18). Y les recuerda “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. (Ap 3:16-17). Sin embargo, hay esperanza, podemos arrepentirnos y volvernos a Dios “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. (Ap 3:20).