Ocho ayes contra los escribas y fariseos, Mt 23:13-36
Mateo 23:25-26  “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio”.

Otro aspecto que tiene que ver con la apariencia de piedad era su cumplimiento fiel a la tradición en cuanto a lavar las manos, platos, vasos, lechos donde se recostaban para comer. Jesús no dice que sea malo procurar tener limpio todo lo que se usa para comer y beber. Los fariseos exageraban la limpieza de los alimentos y de los utensilios para prepararlos, porque podían estar impuros, y la Ley establecía que cuando se tocara algo impuro se requería de un ritual para limpiarlo. Lo llevan al extremo de no comer si no se lavaban varias veces.

De nuevo, se fijan en lo pequeño, no en lo importante. Cuidan lo exterior que miran los hombres y descuidan lo interior que mira Dios. Esto es serio, porque esa impureza interior afecta nuestra relación con Dios, “¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, Y habla verdad en su corazón” (Sal. 15:1-2). Ellos eran limpios en apariencia, pero su interior estaba cargado de pecados sin confesar.

Para Meditar: A veces podemos considerarnos como muy fieles y honorables delante de la iglesia, pero nuestra vida puede estar llena de suciedad oculta. Tampoco se trata de estar sucios por fuera y limpios por dentro, la limpieza interior se reflejará al exterior con una vida agradable a Dios. La limpieza interior lleva a la limpieza exterior, no al revés.

Cuidar solo lo externo nos hace ciegos, pues no alcanzamos a ver lo pecaminoso de nuestro corazón. Por esto la Palabra nos dice que “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”(1 Jn. 1:9-10). Nuestra manera externa de vivir es santa cuando hay santidad en nuestro interior. De la abundancia del corazón habla la boca (Lc. 6:45), y “de toda cosa guardada, guarda tu corazón” (Pr. 4:23). Un corazón limpio se refleja en una conducta limpia delante de los hombres.