Lamento de Jesús sobre Jerusalén, Mt 23:37-39
Mateo 23:37-39 “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!  He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor”.

Jesús se lamenta por Jerusalén, no por la ciudad, sino por sus habitantes. No solo ahora sobre los escribas y fariseos. De alguna manera toda la población fue cómplice de la muerte de muchos de los profetas, no matándolos, pero consintiendo en su muerte, y lo seguirían haciendo años más tarde cuando se inició la persecución de los cristianos.

La referencia a como Dios les ofrece cuidarlos bajo sus alas es frecuente en la Escritura, “Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro” (Sal. 91:4), Dios quiso juntarlos, pero ellos no quisieron ser reunidos.

A pesar de eso, Dios muestra su gran amor por su pueblo. Se trata de un amor que permanece constante, Él dice “Cuantas veces”, y en verdad una y otra vez los buscó y les perdonó su pecado. Su amor también es intencional, dice “Quise”, no porque hubiera una razón para ello, tampoco porque reunieran un requisito para ser amados, sino solo por la voluntad soberana y la gracia de Dios. El amor de Dios hacia ellos era para traerles bendición, dice “juntar a tus hijos”, para tener comunión con ellos, para ser Dios mismo su herencia, aún a pesar de su rebeldía. Pero no quisieron.

Para Meditar:Por todo eso su casa quedaría desierta, y ya no se refiere a la casa de Dios, sino a la de ellos. Aquí se está refiriendo al Templo, el cual era morada de Dios, ahora, Él apartaría su presencia de ese lugar quedando así desierto y posteriormente destruido hasta el día de hoy.

A partir del sacrificio de Jesucristo y del descenso del Espíritu Santo, la iglesia pasaría a ser la morada de Dios, “en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Ef. 2:22). Dios ha escogido morar en cada creyente, “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (1 Co. 3:16) Por lo que tenemos una gran responsabilidad de cuidar que esa morada, que somos nosotros, para que no quede desierta. Toda la gloria y el poder de la iglesia son debido a este hecho.

La casa de Israel no solo quedó desierta, sino oscura, sin la luz de Jesús porque le habían rechazado. Jesucristo se despide diciéndoles “no me verán más”, ellos esperaban a su rey, y no le reconocieron, ahora tendrían que esperar hasta aquel glorioso día en que Jesús regrese, cuando de Sion venga el libertador y quite toda la impiedad de Jacob.

Ocurre que cuando nos aferramos a las tradiciones, a una santidad externa nos olvidamos del significado de la presencia de Jesús lo que da propósito a nuestras vidas y llegamos a ser como la iglesia de Sardis de la que dijo “tienes nombre de vives, y estas muerto” (Ap. 3:1). Nada puede sustituir la presencia de Dios en nuestras vidas, “porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). No puede haber una iglesia victoriosa ni un creyente victorioso sin la presencia real de Jesús impregnando todos los aspectos de la vida. No permitamos que un día se diga: “he aquí vuestra casa es dejada desierta”