Mateo 5:4 “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.”

Los que lloran. ¿Quiénes son los que lloran? Los que sufren calamidades, los que tienen pérdidas, los que padecen enfermedad, los que son rechazados y también los enlutados. Las lágrimas son una señal de tristeza, y aunque a veces se llora de alegría, el Señor conoce las penas y no es indiferente al dolor. Él prometió consuelo a las almas angustiadas.

Para Meditar: El sufrimiento es parte de la vida y nadie está exento de las calamidades. Hay momentos más difíciles que otros y en algunas ocasiones son inesperados. El cuerpo se enferma, el cónyuge se va de la casa, la muerte de un hijo, la pérdida de un empleo, la traición de un amigo y los desastres naturales que se llevan nuestro patrimonio, son algunos pocos ejemplos de aquellas experiencias angustiantes. Como resultado, a veces culpamos a otros, a la vida, y también a Dios. La fe mengua, el hombre duda y también llora ante la impotencia frente a sus problemas y ante la falta de respuestas. No obstante Jesús promete descanso (Mt 11:28). Porque la vida no consiste en la ausencia de problemas, sino en la perseverancia ante la adversidad. Y aunque a veces el dolor nos quebranta, Jesucristo es quien nos sana (Sal 103:3). Maravillosa promesa del Señor, que nos provee de alivio al final de la tormenta y remite todo nuestro dolor para cambiarlo por risas y alegría (Sal 126:5,6).