El amor hacia los enemigos (Lc 6:27-36)
Mateo 5:43-48 ”Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”

Anteriormente Jesús recomendó buscar la pacificación ante los conflictos, pero ahora da un paso más y establece amar a nuestros enemigos. Una persona debía amar al prójimo según la ley (Lev 19:18), pero para ellos el prójimo correspondía a una persona de buena gracia y agradable. Difícilmente amarían a un desconocido, y peor aún, si era considerado un enemigo.

En los últimos versículos de este capítulo podemos sustraer las siguientes observaciones.

1. Jesús ofrece una descripción práctica del amor hacia nuestros enemigos. “Bendecirlos, hacerles bien y orar por ellos” (v44). No solamente nos dice que debemos hacer, si no también nos explica como debemos amarlos y cual es la actitud que debemos tener frente a ellos.
2. El amor hacia los enemigos refleja que nuestra vieja naturaleza y pecaminosa ha sido transformada por el amor de Dios. Y que ahora, como hijos de Dios, podemos ver al prójimo como un ser digno de ser amado por Dios a pesar de estar lejos de Él (v45).
3. Ciertamente amar a nuestros enemigos no es tan fácil como amar a quienes nos aman. Amar a nuestros amigos no requiere de ningún esfuerzo. Pero el amor por nuestros enemigos requiere de una intencionalidad extra, y va más allá sin importar que estos lo merezcan (v46-47).
4. El deseo de Cristo con respecto de nosotros es que alcancemos la madurez en todos los sentidos. La palabra “perfectos” (v48) puntualiza el desarrollo sano y completo de un creyente que busca hacer la voluntad de Dios y que “se va revistiendo conforme a la imagen de quien lo creo, renovándose cada día hasta conseguir el conocimiento pleno” (Co 3:10).