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Jesús es ungido en Betania, Jn. 12:1-8 (Mt 26:6.13; Mr 14;3-9)  

Jn 12:2 "Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume.”

Ésta cena se realizó en la casa de Simón el leproso (Mt 26:6; Mr 14:3), el cual había sido sanado en el ministerio de Jesús. Lázaro, quien había sido objeto del milagro culminante del ministerio de Jesús, allí estaba presente como un testimonio viviente del poder, autoridad y deidad del Hijo de Dios. (Ver comentario de Mt 26:6 ; Mr 14:3).

Marta servía, así es como se le conoció a esta discípula por el don de servicio (Lc 10:38-41), aquí se le vió nuevamente utilizando este don para el Señor y sus seguidores.

María, hermana de Lázaro y Marta, era una discípula atenta a cada palabra del Maestro (Lc 10:39, 42). Aquí en otra faceta de su personalidad, como una adoradora, expresando su amor al Señor con una devota entrega total. Trajo una medida de ungüento líquido llamado “nardo puro”, que se extraía de la caña de una planta aromática de la India y que era muy caro, éste tenía el costo de casi un año de salario de un jornalero.

Nota histórica: en el v. 5 Judas calcula el costo en trescientos denarios, siendo éste el pago del jornal diario de un trabajador durante un año. La libra era una medida de peso romana equivalente a 327 gr. (menos de la libra americana actual que pesa 454 gr)


Ungió los pies de Jesús. Juan puso en relieve el acto del ungimiento para realzar la dignidad del Hijo. En otros evangelios (Mt 26:2-13; Mr 14:1-9), se señala que el ungimiento fue en la cabeza. Un acto piadoso como el narrado ahora, con una protagonista tan devota y agradecida por el milagro realizado en su hermano, sin duda que su corazón estaba lleno de humildad y sintiéndose tan indigna de tocar al Verbo encarnado, cayó a sus pies en adoración y gratitud.

Para meditar: Y la casa se llenó del olor del perfume. Los actos de adoración son vistos en la Biblia como gratos al Señor, (Sal 147:1). La oración de los rectos agrada a Dios, (Pr 15:8), es como el incienso (Sal 141:2). En el tabernáculo, cada día el sacerdote debía encender las lámparas y quemar incienso delante de Dios (Ex 30:7, 8). Al final en el Apocalipsis se nos habla de que las oraciones de los santos suben a la presencia de Dios en el cielo (Ap 5:8; 8:3, 4), la pregunta sería: ¿Cuánto aroma grato elevamos nosotros hacia el cielo?