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La obra del Espíritu Santo, Jn 16:4b-15.

Jn 16:9-11 “De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado".

Las tres palabras (pecado, justicia y juicio) del versículo anterior se encuentran sin artículo, tomándolas así en su sentido general. Pero Jesús añade a cada uno de estos conceptos un por qué, determinando su sentido y su causa.

De pecado, por cuanto no creen en mí”. El pecado es el problema central del hombre (Ro 3:23). Jesús enseñó que rehusarse a creer en él es pecado (Jn 8:34; 3:18). Quien no quiere creer en Cristo, no cree en lo que dice acerca del pecado, no cree que su muerte en la cruz hace expiación por el pecado, no cree que uno puede ser salvo, y no cree en la vida eterna que el Señor otorga. Entonces esa persona ya está condenada (Jn 3:36). La convicción de que uno es incrédulo y pecador la produce el Espíritu Santo. Cristo vino a tratar de una manera objetiva con el pecado, en la cruz (Ro 8:3), y el Espíritu Santo muestra en los corazones de los hombres la realidad de su pecado.

De justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más”. ¿De qué justicia se trata? La palabra justicia que se traduce aquí aparece solo en los escritos de Juan y significa: la cualidad de carácter moral perfectamente manifestada en todos los actos del Señor. Jesús vivió en absoluta pureza, sin pecado y cumpliendo la ley de manera total (Jn 8:46; 14:30; 1 Jn 2:1). La resurrección y exaltación de Cristo son prueba de su absoluta perfección y confirman sus afirmaciones, pues nadie podría sentarse a la diestra del Padre sino es totalmente justo (Ro 8:34). El ministerio del Espíritu Santo es mostrar a los hombres la verdadera justicia: Jesucristo el Hijo de Dios. Ahora los hombres pueden tener un verdadero modelo de vida justa.

y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”. El juicio era innegable en base al pecado y a la falta de justicia en la humanidad. Estas palabras del Señor revelan la lucha entre el bien y el mal, entre Dios y Satanás. En la cruz, Jesucristo no solo venció a la muerte sino también juzgó al mundo y al príncipe de este mundo (Jn 12:31, 32). El triunfo final de Dios y del bien, está asegurado. “El príncipe de este mundo” es Satanás, el dragón, la serpiente antigua, el diablo (Ap 12:9), es la personificación de la maldad (Jn 13:27; 1 Co 2:8; 1 Jn 3:12). Él ya ha sido juzgado, su condenación está sellada, su batalla está perdida (Ap 12:12; 20:10).

Los predicadores no pueden lograr que los pecadores se arrepientan de sus pecados, para eso fue enviado el Espíritu Santo.