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La oración intercesora, Jn 17:1-26.

Jn 17:20-26 “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.

Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos ".

Jesús, después de haber orado por sí mismo y por sus apóstoles, clama por los que, en el futuro más lejano, creerán en él y serán salvos. El verbo griego πιστευόντων= creer, para creer o confiar, está en presente, anticipando así la victoria de su misión. El testimonio de los discípulos provocará que aquellos que están inmersos aún en las oscuridades de la ignorancia y de la incredulidad sean conducidos a la fe en el Salvador (Hch 2:32; 3:15; 4:33; 13:31).

Para Meditar: Es impresionante notar la forma en que Jesús mira hacia el futuro y observa la vida de cada uno de aquellos que le han de seguir. Ahí estamos todos aquellos que hemos recibido los beneficios de su obra redentora. ¡Jesús estaba orando por nosotros desde hace dos mil años!

¿Qué pide el Señor Jesucristo? 1. “Que sean uno” (17:21). Esta petición se cumplió literalmente en los primeros cristianos que eran de un solo corazón y un ánimo (Hch 2:42, 47; 4:32). La petición es que todos los discípulos en sus diferentes épocas lleguen a esta unidad, como el Padre y el Hijo son uno. La naturaleza de la iglesia es la de unir, reconciliar las almas con Dios (2 Co 5:20). Esta unidad, debe manifestarse en la unidad de los unos con los otros (Ro 12:5; 1 Co 12:12). La comunión entre los creyentes provocará que “el mundo crea que tú me enviaste” (v. 21). La afinidad entre los cristianos es un brillante testimonio de que Jesús es el enviado de Dios. Por ella, son atraídas las almas al Salvador y pueden creer en Él (Jn 17:23).

Para Meditar: La iglesia primitiva tuvo grandes recursos para la predicación del evangelio; tal como milagros, señales, maravillas, el bautismo en el Espíritu Santo; pero el más poderoso medio de persuasión para el mundo fue la unidad que existía entre ellos (Hch 2:46,47; 4:32, 33; 5:11-14). ¡Qué desafío nos deja el Señor!

2. “Que donde él esté ellos también estén” (17:24). Esta es su última voluntad. Ya lo había mencionado antes a sus discípulos: “Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn 14:3). Jesucristo quiere tenernos cerca de sí, ya sea en la tierra o en el cielo (Ap 19:7-10; 20:6; 21: 3,4). Lo trascendental no es el lugar, sino el estar siempre con nuestro Salvador y “veremos su gloria”. Esta gloria es la gloria eterna que el Hijo de Dios posee en su calidad de Hijo y en cuanto es el objeto del amor eterno del Padre, la misma gloria a la cual entraría de nuevo. (Jn. 17: 1,5,24).

Hoy, Jesús ya la ha impartido a sus redimidos haciéndolos objeto del amor de Dios e hijos del Padre (Ro 8:17, 29,30; 1 Jn 3:2).

3. “Que tengan amor” (17:26) Los cristianos han conocido a Dios como consecuencia de que el Maestro les ha hecho conocer su nombre (v 25). El Espíritu Santo hará resplandecer la luz divina en la vida de cada discípulo. Todas estas gracias divinas tienen un propósito: “para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos”.

Padre justo, es notorio que Jesús apela a la justicia de su Padre en esta declaración. La justicia de Dios da a cada quien lo que sus obras merecen. (como la aplica en el mundo, que no le acepta). Aquí Jesús intercede por los discípulos no solo porque los ama, sino que hay una razón justa de peso, ellos han conocido, han aceptado el mensaje y al aceptar a Jesús han aceptado al Padre.

Jesús pide que los discípulos de todos los tiempos, seamos participantes de esta relación inefable de amor que une al Padre y al Hijo (Jn 15:8; Ro 5:5); y que, por ello mismo, nuestra comunión con el Salvador sea completa: “que yo sea en ellos” (Jn 14:20-23; Gá 2:20; Ef 3:17). Conocer a Dios íntimamente no es fruto de la religión, ni del esfuerzo personal, es la labor de Jesucristo. Tal conocimiento nos lleva a experimentar el amor del Padre y ser moradas del Espíritu Santo (1 Co 6:19).

Con este pensamiento sublime el Redentor termina la oración por sus discípulos, y en ellos, por todos los creyentes de todas las edades. En los últimos momentos de su vida expresa a los suyos los sentimientos más sublimes y gloriosos que jamás hayan pronunciado labios mortales.