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 Jesús ante Pilato, Jn 18:28-19:16.

Jn 19:4-8 “Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él. Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre! Cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, dieron voces, diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él. Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo".

Con el rostro deformado por los golpes, la espalda desecha por el látigo romano, ensangrentado y humillado (Mateo 27:29 añade a la escena la caña a manera de cetro), tal hombre está desfigurado, al parecer derrotado; nos lleva, sin duda, a la imagen de Isaías 53:2 sin atractivo para que le deseemos. Un rey sin reino, ni fieles, indefenso, incapaz de hacer daño. Pilato pensaba que verlo así sería suficiente para los principales sacerdotes y, por consecuencia, lo dejarían en paz, pero tal escena aumentó su sed de sangre. Juntos dieron voces, decididos a lograr su objetivo; Pilato, en ese momento, lo consideró una molestia.

Nota Histórica: El imperio romano permitía a los pueblos bajo su control tener cierta libertad para gobernarse según las leyes de cada nación, siempre y cuando cumpliesen con las normas generales del imperio, pero, en lo que concierne a juicios y castigos, se reservaba el derecho de castigar con la pena de muerte, pues lo hacía solo a través del representante de Roma. De ahí que los líderes religiosos tuvieran la necesidad de que fuera Pilato quien diera la orden. Cuando él les dice: tomadle vosotros y crucificadle era una clara invitación a “dejen de molestar con este caso”, porque bien sabían unos y otros que no era posible para el Concilio ejercer esa autoridad.

Todo en Judea era complicado para los romanos, pero esta noche sería terrible para Pilato. Por el argumento de que Jesús era un malhechor que intentaba hacerse rey fue presentado a él como gobernador, pero, al conversar con Jesús, pronto se dio cuenta de que no era culpable de esa falta. Cuando los acusadores escucharon su veredicto “yo no hallo delito en él”, la estrategia cambió, pues declararon sus verdaderas razones para este juicio. El tema ya no era civil, sino religioso, pero, para entonces, Pilato ya estaba inmiscuido a fondo en el tema. El mismo Pilato descartó de inmediato la acusación sobre intentar hacerse rey, pues no veía pretensiones en el acusado, ya que, de ser así, no hubiera sido necesaria la intervención de los sacerdotes, pues él mismo lo habría mandado crucificar. Pero, ¿Hijo de Dios? Sin duda, este giro en los argumentos de los líderes religiosos trajo de inmediato a su memoria las palabras de su esposa (Mt 27:19), y debió generar más impacto, al grado de que tuvo miedo. Si primero no quería ejecutarlo porque consideraba una pérdida de tiempo las cuestiones religiosas de los judíos, después su corazón temblaba. Las personas frente a él realmente odiaban al nazareno, su esposa lo asediaba con historias de sueños, y su encuentro con el personaje en cuestión solo le confirmaba que algo hay diferente en este hombre. Su miedo era justificado.