La distancia que alcanzaron a remar los discípulos fue como de cinco o seis kilómetros. Mientras el mar se volvía contrario, alcanzaron a ver a Jesús que andaba sobre el mar y se acercaba a la barca; y tuvieron miedo. Es normal el miedo a lo sobrenatural; acostumbrados a presenciar las señales milagrosas de Jesús, al notar una más, sin reconocer de momento a Jesús, se atemorizaron. El evangelista Mateo menciona que incluso pensaron que era un fantasma (14:26). Fueron las dulces palabra de Jesús, las que tranquilizaron a un grupo de experimentados pescadores que no podían lidiar con una tempestad en el mar: “Yo soy; no temáis”. Bellas palabras de vida, como reza el estribillo.