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Jesús, el pan de vida, Jn 6:25-59  

Jn 6:52-56 “Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él"

El asunto en estos versículos es el mismo que se ha venido tratando en los anteriores, solo que aquí Jesús, ante la interrogante de los judíos sobre el comer su carne, profundiza aún más sobre la metáfora de su cuerpo, y añade su sangre. Hermosa metáfora la del cuerpo de Cristo; comer su carne y beber su sangre es participar de su sacrificio perfecto, es creer en él, es acercarse a la cruz e implorar el perdón de nuestros pecados; quien hace esto, obtiene resultados maravillosos: “tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”. La vida eterna verdadera se encuentra solo en Jesús.

No se trata solamente de una vida digna, bendecida, saludable en esta tierra, sino que aún al morir hay una esperanza eterna, ya que, al pertenecerle a Cristo, él nos resucitará para vida eterna. Este es el resultado de comer la carne y beber la sangre de Jesús, de participar de su sacrificio, de creer en Cristo; quien esto hace, dice Jesús: “en mí permanece, y yo en él”.