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Ríos de agua viva, Juan 7:37-39 

Jn 7:37-39 “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado?"

En el octavo día de la fiesta de los tabernáculos, cuando se hacía la santa convocación (Lev. 23:36), considerado como “el último y gran día de la fiesta”, y posiblemente después del ritual celebrado ese día, Jesús irrumpe con fuerza ante la multitud. Ante la incredulidad de sus hermanos, de las acusaciones de los judíos de ser un ignorante, de la multitud que venía de otros lugares que decían que tenía demonio; después de las dudas sobre si era en verdad el Cristo, y el intento de los gobernantes de prenderle, y antes que se terminara la fiesta y cada uno fuera a su lugar de origen, Jesús recordó a voz en cuello, sobre la sed apremiante del hombre, así como su respuesta a esa necesidad: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”.

Jesús alude a sí mismo como la única fuente de agua viva que puede saciar, de manera permanente la sed del hombre (4:10, 13-14). Durante la ceremonia final de la fiesta, se rociaba agua sobre la base del altar en el templo, agua que se traía desde el estanque de Siloé en un cántaro. Esto es lo que Jesús tomó como una ocasión propicia para decir “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”. El agua es un símbolo del Espíritu Santo, expresado en los “ríos de agua viva” de las palabras de Cristo. Así es como el evangelista Juan lo expresa también, una profecía no muy lejana del advenimiento del Espíritu Santo sobre todos aquellos “que creyesen en él”.

Nota doctrinal sobre el Espíritu Santo. Mientras que la iglesia es el cuerpo de Cristo, y Cristo es la cabeza de la iglesia, El Espíritu Santo es el alma de la iglesia. Los pentecostales ponemos un énfasis bíblicamente objetivo, y experiencialmente subjetivo sobre la persona del Espíritu Santo, cuando hablamos de la experiencia del bautismo en el Espíritu Santo. Defendemos la postura bíblica sobre la llenura de poder para testimonio al mundo entero (Hechos 1:8). El Espíritu Santo es el sello distintivo de quienes aceptamos a Jesús como Señor y Salvador, él ha venido sobre nosotros y ha hecho de nuestro cuerpo su templo, su habitación. Después de la regeneración obrada por el Espíritu Santo en nuestra vida, viene la experiencia pentecostal, el bautismo en el Espíritu Santo, la llenura de poder, esa bendita promesa del Padre cuya evidencia física inicial, es hablar en otras lenguas. Quien experimenta esto, indistintamente ha recibido la experiencia pentecostal.