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Jesús, la luz del mundo, Juan 8:12-20  

Jn 8:12 “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”

Para Jesús, sus preguntas no necesitan una respuesta; sin embargo, para ella sí. Se habían ido los escribas y los fariseos, y la gente que los seguía; no hay nadie, no hay acusadores, no hubo en ellos dignidad para seguir acusando, mucho menos para emitir un juicio y ejecutarlo. ¿Alguien te condenó, mujer? “Ninguno, Señor”.

Aflora en la mujer la humildad y tranquilidad del penitente sincero, cuyo arrepentimiento le dice al corazón que no hay más condenación. Incluso al estar ante Jesús, y darse cuenta que ese hombre es el único que, por carecer de pecado, podría lanzar la piedra en su contra, la mujer se siente confortada al escuchar sus palabras: “Ni yo te condeno”.

Hay en Jesús un amor desmedido por el pecador, a pesar de su condición, y lo demuestra al perdonar su pecado. Nótese también que Jesús no pasa por alto el estado pecaminoso del que la mujer ha salido, pues, no solo no la condena, sino que también le aconseja alejarse de su maldad: “vete, y no peques más”. No hay mayor satisfacción que el perdón de los pecados, y el subsecuente alejamiento del mismo, para vivir en santidad.

Para meditar: No hay mucha diferencia entre ellos y nosotros, sobre todo cuando pretendemos identificarnos con el bullicio, la intolerancia y el pecado del mundo; al contrario, debemos considerar que nuestro “kairos” es el de denunciar que las obras del mundo son malas, y testificar que hay vida eterna en Jesús.