El buen samaritano, 10:25-37  

Lc 10:30 “Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto”

La parábola del Buen Samaritano es exclusiva de Lucas, es una joya verdadera que ha tocado millones de vidas. Se ha entremezclado en las culturas occidentales y siempre que alguien hace algo bueno por otros sin ningún interés se dice de él que es “un buen samaritano”.

Jerusalén era la capital de Israel y en Jericó vivían hombres ricos o se tenían casas de campo para ellos. El Joven Rico que se postró ante Jesús y Zaqueo vivían allí. Muchos sacerdotes y levitas tenían a Jericó como la residencia asignada. (Dt. 34:3; Jue. 3:13). Además, era la ruta principal de comerciantes y demás gente política. Pero la orografía del camino es muy accidentado, lleno de peñascos y senderos tortuosos, ideales para bandoleros que diezmaban a los caminantes indefensos o solitarios. No era raro oír que asaltaran gente por esos lares.

“Un hombre”, el Señor estimula la imaginación, no dice la nacionalidad del individuo, pero rápidamente se percibe que es judío. Los ladrones asaltaron al pobre hombre, quienes no sólo lo despojaron. El hombre fue muy lastimado, los asaltantes fueron particularmente violentos con él. Lo dejaron “medio muerto”, “casi muerto” (gr. Hemithanes), palabra que sólo aparece aquí en Lucas.