Jesús y la oración, 11:1-13  

Lc 11:2 “Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.

La instrucción del Señor ha sido un modelo seguido por todas las confesiones cristianas de todos los tiempos; algunos llaman a esta plegaria: La oración modelo y la mayoría le nombran: El Padre nuestro. Comparando Escrituras se puede entender que Jesús no pretendía que se recitara como un rezo inflexible, sino como un ejemplo.
Mateo usa la expresión: “oraréis así...” (Mt 6:9) y Lucas enuncia: “decid…” como un método en su perfecto orden: adoración, súplica y explicación.

Esta oración tiene frases muy distinguibles, que se pueden analizar fácilmente:
“Padre nuestro que estás en los cielos”: Toda oración debe tener una dirección, un destinatario, el Señor indica a quién debe dirigirse: al Altísimo. Y debe hacerse con la confianza de un padre personal: Padre Nuestro. El griego usa el vocativo para “padre”, que es como ponerle un signo de admiración: “¡Padre!”. Hay que acercarse a Dios sintiendo la confianza y cercanía con el Hacedor, como un pequeñuelo con su papá. Sin lugar a dudas, este modelo fue diferente a la oración que practicabanlos judíos de aquellos días. Su ubicación: “los cielos”. Esto muestra que es muy alto, y sin embargo alcanzable.

Nota doctrinal: ¿Es posible orar al Espíritu Santo o a Jesucristo? La Biblia enseña que tanto Jesús como el Espíritu Santo forman parte de la Trinidad, es decir, un Dios en tres personas. Así que, si Jesús y el Espíritu Santo son Dios, entonces pueden recibir peticiones. Sin embargo, bien se hace cuando se dirige la oración al Padre en el nombre del Señor Jesucristo.

Existen oraciones aisladas, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento dirigidas al Espíritu Santo y a Jesús, lo cual ratifica su posición de ser parte de la Santísima Trinidad. Por ejemplo, cuando Ezequiel clama al Espíritu Santo para llenar los huesos secos (Ez 37:9); y cuando Esteban clama a Jesús en su martirio (Hch 7:59); y también en 1 Corintios 1:2 cuando se dice “…a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro…”

“Santificado sea tu nombre”: Es necesario entender a quién se dirige la oración y su calidad sagrada. ¿Cuántas veces al día, se oyen blasfemias o el corazón se contamina de alguna suciedad? Es preciso limpiar mente y labios para dirigirse correctamente a ese nombre tan santo y reverente. Es la primera petición de seis, las cuales se dividen en dos grupos: las primeras relacionadas con Dios y las últimas con nuestras preocupaciones, similar a los diez mandamientos.

“Venga tu reino”: la segunda y más breve petición. Esta expresión pretende que el orante reconozca que el verdadero reino no es el de este mundo, no son las riquezas pasajeras o el poder que perece. El que clama de rodillas, suplica que él mismo esté bajo el poder de este Reino que invoca, y que además éste se vaya expandiendo en el mundo con su mensaje de poder, de verdad y de amor. El que implora entiende que él mismo viene a ser parte de la expansión del Reino en la tierra, puesto que nunca debe ser solamente un pasivo suplicante, sino un activo soldado del ejército del Señor, pues, ¿de qué otro modo pudiera venir el Reino con eficiencia si el que ora no participa en ello?

“Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”: Es una súplica preciosa. La voluntad de Dios se cumple perfectamente por las huestes celestiales, no hay sombra de rebeldía en su lugar santo, pero entre los hombres la falta de sometimiento es común, aún entre la propia iglesia del Señor. Por lo tanto, quien ora debe pedir que la obediencia sea real en la propia vida y en quienes le rodean, uno no manda a Dios, solo suplica.

Para meditar: Quizá hoy miles pretendan que Dios sea su “genio de la lámpara” al que se le puede ordenar qué conceda sus peticiones. Pero nosotros, no “decretamos” nada a favor de otros, como a veces algunos lo hacen. Todos debemos estar sometidos a la voluntad de Dios, pues en su soberanía y gran fidelidad, Él sabe qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo.