Jesús acusa a fariseos y a intérpretes de la ley, 11:37-54  

Lc 11:49-51 “Por eso la sabiduría de Dios también dijo: Les enviaré profetas y apóstoles; y de ellos, a unos matarán y a otros perseguirán, para que se demande de esta generación la sangre de todos los profetas que se ha derramado desde la fundación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo; sí, os digo que será demandada de esta generación”.

Nunca un ser humano se jactará de entender la manera de proceder de Dios. Su sabiduría es demasiado alta y sus pensamientos también lo son (Is 55:9), puesto que él trasciende la eternidad y va más allá de la comprensión humana. El Señor Jesús, continuando con el quinto “¡ay!” menciona que la sabiduría de Dios era enviar profetas y apóstoles a los hombres para anunciarles el camino de vida eterna, sin embargo, el final de éstos sería fatal.

A unos perseguirían casa a casa, incluso país a país, como fue el caso de Elías (1 R 18:10). Otros siervos del Señor fueron asesinados en manos del pueblo que los veneraba con hipócrita devoción. Enviar a sus siervos a Israel era la mejor manera de llegar a sus corazones. Desde el principio de los seres humanos, el Señor traza un hilo de la historia, citando a Abel, el hijo de Adán, quien muriera en manos de Caín su hermano (Gn 4:8) y desde él hasta el profeta Zacarías, el sacerdote hijo de Joiada (2 Cr 24:20-21) quien muriera en manos de sus hermanos judíos, por denunciar el pecado del pueblo. Todas estas muertes injustas serían demandadas a esa generación, y efectivamente, así fue.