Anuncio del nacimiento de Juan, Lc 1:5-25.  

Lc 1:21-25 “ Y el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba de que él se demorase en el santuario. Pero cuando salió, no les podía hablar; y comprendieron que había visto visión en el santuario. Él les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa. Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses, diciendo: Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres”. 

Un privilegio del sacerdote que ofrecía el incienso por la tarde, era la de dar la bendición sacerdotal al pueblo; sin embargo, Zacarías tardaba más de lo acostumbrado. Una sensación de nerviosismo cundió en el pueblo, pues ya en otras ocasiones que el sacerdote o el rey habían ofrecido incienso extraño o indebidamente, habían muerto (Lv 10:1-2). Esta vez, sin embargo, no pudo dar la bendición pues había quedado mudo dentro del templo, lo que el pueblo comprendió como una buena señal de que algo maravilloso había sucedido en el santuario.

Nota Doctrinal: La adoración del creyente a Dios no es un ritual, es un reconocimiento y entrega al único Dios verdadero. Martín Lutero dijo: “conocer a Dios es adorarle”. Por medio de la oración damos la adoración como una ofrenda de olor grato, lo cual es una característica del verdadero cristiano. Es como el incienso que ofrecían los sacerdotes en la mañana y por la tarde, en el templo de Jerusalén.