En el camino a Emaús, Lc 24:13-35 (Mr 16:12,13)  

Lc 24:30-35 “Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón. Entonces ellos contaban las cosas que les había acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan”.

La última sección de la historia describe el final feliz y glorioso de este encuentro entre Jesús y los discípulos camino a Emaús. La escena del reconocimiento de Jesús por parte de ellos, es la parte principal de toda esta perícopa de Lucas. Como el día ya declinaba estos dos discípulos invitaron al Señor a quedarse con ellos. Era una antigua costumbre de hospitalidad hacia los extranjeros o viajeros, debido a que necesitarían alimento y hospedaje. Jesús hizo “como que iba más lejos” para continuar su viaje, pero ellos reaccionaron con energía y “le obligaron a quedarse”. El verbo griego “parabiazomai” da la idea que “le urgieron con fuerza” o “constriñeron” y sólo aparece aquí y en Hechos 16:15.

Para meditar: Con cuánta energía debe el cristiano ¡urgir, rogar y constreñir el corazón de Cristo en incesante súplica para que su presencia se haga real en cada hogar! ¡Quédate Señor, ya se hace tarde, te ofrezco el corazón para morar! Expresaba un viejo himno cantado por la primera generación de pentecostales, inspirado en el acontecimiento narrado por Lucas y que debe ser una constante en cada verdadero creyente que anhela tener a Cristo como invitado de honor en su casa.

Una vez que ya estaban en la casa de estos dos discípulos y reclinados a la mesa, Jesús toma el lugar del anfitrión de la casa y “tomó el pan y lo bendijo, lo partió y les dio”. Esta acción por parte de Jesús trae a la memoria la alimentación de los cinco mil (9:10-17) al igual que la institución de la Cena del Señor (22:19). El efecto maravilloso que produjo en ellos semejante acto solemne del rompimiento del pan ocasionó que “les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron”. Es de suma importancia observar la obra divina en los discípulos para que entendieran el evento de la resurrección. Vemos a Jesús abriéndoles “las Escrituras” (v. 32), y también “sus mentes” (v. 45).

Esta joya de la literatura bíblica tiene un final feliz pero abrupto ya que dicen las Escrituras que tan pronto como ellos percibieron que se trataba de Jesús, “él se desapareció de su vista”. Entonces Cleofas y su compañero desbordaron sus sentimientos diciendo: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?.

Lucas cierra este episodio indicando una rápida reacción, pues en aquella misma hora de la tarde ests dos discípulos volvieron a la ciudad de Jerusalén para dar testimonio de lo acontecido (vv. 33-35).