Nacimiento de Jesús, Lc 2:1,7 (Mt. 1:18-25) 

Lc 2:8-20 “Había pastores en la región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! Sucedió que cuando los ángeles su fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado. Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho”. 

La presencia de los pastores en aquella región obedecía a un trabajo específico: “velaban y guardaban las vigilias de la noche”. Uno de los trabajos más difíciles por las noches es estar despierto y trabajando a la vez.

Este pasaje habla de un grupo de personas que eran fieles a sus deberes y responsables con la encomienda recibida. ¿Cuál sería la razón por la que este ángel mensajero fue enviado a un sencillo grupo de pastores y no a la élite sacerdotal gobernante? La respuesta se puede leer en la crónica de Mateo 2:1-6, la casta sacerdotal y de los escribas recibieron la noticia del nacimiento del mesías de forma triangulada y de parte de un grupo de académicos con estudios en astronomía, astrología y ciencias naturales, los cuales, por cierto, habían realizado un largo viaje para conocer al autor de la vida.

Se puede pensar que, aunque los sacerdotes y escribas citaron puntualmente al profeta Miqueas, había más convicción en estos extranjeros que estaban seguros que el rey de los judíos ya había nacido: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle”. En esta afirmación no se nota ninguna sombra de duda o temor de que haya nacido el mesías, es una declaración contundente.

Asimismo, como los pastores tenían ese oficio tan sencillo, despreciado por el mismo sanedrín, sin duda tenían tiempo suficiente para meditar y, siendo judíos, para hacer oraciones al Dios de los cielos. Esto también producía un corazón reverente y lleno de fe ante las manifestaciones divinas como fue el caso. Definitivamente Dios buscó corazones sencillos y llenos de fe, los cuales encontró en estos pastores para comunicar el más grande mensaje jamás hecho a la humanidad: “… porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor”.

Muchos profetas del antiguo testamento lo habían proclamado y muchos anhelaban esta manifestación, ahora el tiempo de Dios había llegado y, como suele suceder, las personas más inesperadas fueron escogidas para ser testigos presenciales de este hito en la historia de la humanidad.

Para Meditar: Estos pastores de los campos cercanos a Belén, conceden una enseñanza de fe sencilla, modestia y obediencia a la orden divina. Normalmente cuando las personas son acuciosas y críticas tienen dificultades para mostrar una fe en términos bíblicos, esto no quiere decir que la fe evangélica sea al estilo de una “fuga del mundo” o renunciando a la razón, en las filas del cristianismo han estado grandes pensadores, filósofos y literatos, los cuales han mostrado que sí se puede pensar y al mismo tiempo ser cristiano..

La famosa expresión citada cada año en los días de la navidad muestra el claro deseo de Dios de acercarse a la humanidad: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! Este texto se cita incorrectamente por la mercadotecnia como: “y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”, pero, ¿cuál buena voluntad puede tener el hombre con naturaleza caída? Como lo cita el profeta Isaías 1:5-6: “¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite”. El Padre celestial sí tiene buena voluntad para con la raza humana y la mostró enviando a Jesucristo para que tomara forma de siervo y se identificara con los hombres de tal manera que cumpliera totalmente los requisitos de redención, “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jer 29:11).

Uno de los temas más difíciles que la cristiandad ha mostrado en este recorrido de veinte siglos es la obediencia. No se trata de una obediencia a ciegas, sin filtros ni análisis, pero es probable que sea difícil obedecer debido a la constante tendencia del hombre a ser rebelde sin pensar en las consecuencias.

Estos pastores nunca habían tenido una experiencia similar, no todos los días se reciben instrucciones directas de un ángel. Pero fueron obedientes, “Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado”. El resultado de este sencillo acto de obediencia y el dejar por unas horas sus rebaños para ir a comprobar este anuncio fue precisamente la confirmación del nacimiento del Mesías, tal y como lo habían escuchado del ángel. Porque no sólo se trató de comprobar el mensaje del ángel sino de empezar a anunciar este hecho inédito, lo cual produjo asombro en las personas que lo escuchaban y en la misma María la cual, dice la escritura: “… guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.