Jesús sana a la suegra de Pedro, Lc 4:38, 39 (Mt 8:14,15; Mr 1:29-31)  

Lc 4:38-39 “Entonces Jesús se levantó y salió de la sinagoga, y entró en casa de Simón. La suegra de Simón tenía una gran fiebre; y le rogaron por ella. 39 E inclinándose hacia ella, reprendió a la fiebre; y la fiebre la dejó, y levantándose ella al instante, les servía.” 

En este pasaje se puede ver la actividad constante de Jesús en el área de la sanidad divina. Muestra también la compasión y empatía que Jesús tuvo para con los enfermos y los necesitados. Este pasaje aparece en todos los sinópticos, es Lucas el médico y autor de ese libro, quien recalca que esta mujer tenía una gran fiebre, mal que en esa época podía llevar a la muerte. ¿Cuál es la reacción de la suegra de Pedro? La misma de toda persona agradecida cuando ha recibido el favor de Dios: servir a los hermanos en la fe. El pueblo judío se caracterizaba por su hospitalidad, ser buenos anfitriones, la persona de más edad era la encargada de atender a las visitas.

Esto enseña la cercanía que Jesús tuvo con el pueblo común, su ministerio no fue el de un burócrata evangélico, ni desde el palacete de un sumo sacerdote, al contrario, en esta escena vemos a un Jesús que se inclina hacia la mujer enferma, reprende la fiebre y esta huye del cuerpo.

Para meditar: Cuando Jesús viene a posar en nuestras vidas ocurren dos cosas, no liberta de las opresiones de enfermedad o problemas económicos, morales o sociales y segundo le podemos dar el lugar que él se merece: adoración y agradecimiento por venir a nosotros. Consagramos nuestra vida a su servicio en las áreas que nos ubica.

Nota doctrinal: ¿Por qué entra la figura de la suegra de Pedro en esta historia? Para dar a conocer que Pedro estuvo felizmente casado. Si Pedro tenía esposa y hasta recibió un favor especial de Jesús al sanar a su suegra, ¿Por qué pues, piensan algunas personas que los ministros no deben contraer matrimonio? ¿Dónde quedan los requisitos para los ministros? Los cuales se daban por sentados respecto al matrimonio en el primer siglo, según 1 Ti 3:2; Tito 1:5-6. En la Biblia no se encuentra la aprobación del celibato de los líderes religiosos.