La hija de Jairo, y la mujer que tocó el manto de Jesús, Lc 8:40-56 (Mt 9:18–26; Mr 5:21–43)  

Lc 8:43-44 “Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre” 

Una mujer que tenía flujo de sangre, por doce años, la misma edad de la niña. No debe ser coincidencia pues lo registra Lucas. El tener el flujo hemorrágico hacía a la mujer impura y al que ella tocase (Lv 5:25-30). Por ello dice Mateo 9:20-21: “solamente tocaré el borde de su manto” y “tocó el borde de su manto”, expresa Lucas. La mujer aprovechó el anonimato de la multitud que aplastaba al Señor, al fin de cuentas, todos lo tocaban, ¿quién pudiera distinguir un toque más? Esta mujer había gastado todo lo que tenía en la medicina, pero esta nada pudo ofrecerle (aquí Lucas, que era médico, no se ruboriza y con valor menciona el fracaso de sus colegas). Furtivamente cual ladrón, la mujer se acercó por la espalda del Señor y tocó el borde del manto, se dice que lo que tocó fue el tzitzit, es decir, los hilos que adornan los mantos, apenas unos hilos de fe. Inmediatamente la sangre dejó de salir. La sanidad fue instantánea. La fe que tocó unos hilos sanó una vida.