La entrada triunfal, Mr 11:1-11 (Mt 21:1-11; Lc 19:28-40; Jn 12:12-19) 

Mr 11:8-11 “También muchos tendían sus mantos por el camino, y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían por el camino. Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces, diciendo: !!Hosanna! !!Bendito el que viene en el nombre del Señor!!. ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! !!Hosanna en las alturas! Y entró Jesús en Jerusalén, y en el templo; y habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce” 

Los discípulos no fueron los únicos que se quitaron los mantos para honrar al Mesías (v.7) Marcos dice que “muchos tendían sus mantos” cuando estaba cerca de Jerusalén y toda una “multitud” de discípulos se gozaba y comenzaron a “dar grandes voces por todas las maravillas que habían visto” (Lc 19:39). Otros cortaron ramas de árboles (“ramas de palmera” Jn 12:13) y las pusieron sobre el camino (Mr 11:8). Aquel lugar se convirtió en un centro de alabanza comunal que decía: “!Hosanna! ¡!Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!” citando al Salmo 118:26 en manifestación por la esperanza de salvación de un pueblo que anhelaba un Salvador. Y aunque al principio, los discípulos no entendieron lo que estaba sucediendo, finalmente lograron comprender gracias a los elogios que prorrumpían aún los testigos de la resurrección de Lázaro. (Jn 12:17).

¡HOSANNA!; forma griega del saludo hebreo “Ho hohianna” que significa: ¡Salva ahora! ¡te rogamos!, originalmente se usaba como una expresión de súplica y de ruego en el Antiguo Testamento, y que después del séptimo día se repetía una vez más; pero en el Nuevo Testamento, como vemos en estos versículos, fue una expresión de regocijo.

Cuando Jesús entró en el templo, Marcos describe que Jesús sólo se mantuvo expectante, observó todas las cosas y al anochecer regresó a Betania donde, seguramente descansó, y durmió en casa de sus amigos, Lázaro, Martha y María.

Sin duda que fue un día glorioso para toda la concurrencia. La entrada triunfal no correspondía a un acto de la casualidad, sino más bien la soberanía del Señor sobre todas las cosas: el asno atado en algún lugar, el propietario dispuesto, la disposición de los testigos en el camino, el cumplimiento de la profecía de Zacarías, y la obediencia misma de aquellos dos discípulos encargados de la notable misión. Cristo tenía todo bajo control, sus planes seguirían adelante y nada que pudiera oponerse al plan eterno de Dios pudiera haber estorbado a su admirable soberanía.