Llamamiento de Leví, Mr 2:13-17
(Mt 9.9-13; Lc 5.27-32) 

Mr 2:14 “Y al pasar, vio a Leví hijo de Alfeo, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y levantándose, le siguió”. 

Encontramos en Mateo 9:9-13 el relato de este mismo acontecimiento, refiriéndose a Leví como Mateo. También Mateo 10:3 menciona a “Mateo el publicano”; entendemos, por lo tanto, que Leví y Mateo son la misma persona.

Marcos 3:18 y Mateo 10:3 mencionan en la lista de apóstoles a Jacobo hijo de Alfeo. ¡Qué privilegio para Alfeo que dos de sus hijos fueron llamados por Jesús para ser sus discípulos!

El trabajo de Mateo es evidente, él era un publicano. Los publicanos eran cobradores de impuestos y derechos aduaneros que debían entregar a Roma, con una compensación para ellos. Pero su trabajo se prestaba a abusos; podían cobrar más de lo estipulado y enriquecerse ilícitamente. Por tal motivo, y por el trato continuo que debían tener con los conquistadores, eran vistos con desprecio por sus compatriotas, al grado de negarles la entrada a las sinagogas.

Sin embargo, al pasar frente a él, Jesús se dirige a Mateo con un mensaje no muy elocuente ni extenso; solamente una palabra fue suficiente para cautivar el corazón de este publicano: “Sígueme”. Esta era una invitación a dejarlo todo por amor a Cristo: su amor al dinero, su vida pasada. Mateo lo siguió y sin duda comprobó la veracidad de las palabras de Jesús: “…De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna” (Mr.10:29, 30).

Para meditar: En Hebreos 1:3 encontramos que todo lo que existe en el universo fue creado por la Palabra de Dios. Según Marcos 4:39 dos palabras de Jesús fueron suficientes para que una terrible tempestad en medio del mar cesara, dando paso a una grande bonanza; pero una sola palabra de Cristo pudo cambiar el corazón de un publicano pecador. Para que el milagro de la salvación continúe sucediendo, es necesario que “el que tenga oídos para oír, oiga” (Mr. 4:9).