Jesús calma la tempestad, Mr 4:35-41 (Mt 8.23-27; Lc 8.22-25) 

Mr 4:37-38 “Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”   

Las características geográficas del mar de Galilea lo hacen un lugar propenso a tormentas, pues es un valle profundo, rodeado al este por cadenas montañosas y al oeste por colinas por donde los vientos se lanzan sobre el lago, chocando con aires más cálidos y húmedos provocando este fenómeno natural.

Jesús iba durmiendo, pues como todo ser humano se cansaba, por lo que aprovechó, mientras sus expertos pescadores dirigían la embarcación para renovar sus fuerzas a través del sueño y seguir predicando al llegar a la otra orilla.

La tormenta que se levantó, rebasó la mencionada experiencia de los discípulos en el mar, “tan grande que las olas cubrían la barca” (Mt 8:24). “Así que se anegaban y peligraban”. Ya habían hecho todas las maniobras que conocían para no hundirse, pero no podían contra la fuerza de la naturaleza. Fue entonces que con insistencia los discípulos clamaron ¿no tienes cuidado que perecemos? La Nueva Traducción Viviente dice: “Los discípulos fueron a despertarlo ¡Maestro!, ¡Maestro! ¡Nos vamos a ahogar! gritaron” (Lc 8:24).

Para meditar: No hay mejor dicha que Cristo more con nosotros, y que al pasar por los momentos de gran tribulación Jesús esté a nuestro lado. Pues él siempre tiene cuidado de sus hijos, por lo que somos invitados a: “echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 P 5:7).