La transfiguración, Mr 9:2-13 

Mr 9:7-8 “Entonces vino una nube que los cubrió; y de la nube vino una voz; “Este es mi Hijo, mi Amado; a él oíd”. 8 Y repentinamente, al mirar alrededor, ya no vieron a nadie más con ellos, sino a Jesús”. 

Cuando el incidente llegó a su fin, una nube los cubrió. En la historia israelita, la presencia de Dios en medio de su pueblo se relacionaba regularmente con una nube. Fue en una nube donde Moisés se encontró con Dios; fue en una nube como Dios vino al Tabernáculo; fue una nube lo que llenó el Templo que edificó Salomón cuando se dedicó. Y era el sueño de los judíos que, cuando viniera el Mesías, la nube de la presencia de Dios volvería al Templo (Ex.16:10; 1º. R.8:10).

El que descendiera una nube en estos momentos era la certeza para los tres testigos de que el Mesías había venido. Este acto sobrenatural culmina con la aprobación del Padre celestial “Este es mi hijo amado”. Acto seguido los tres hombres estupefactos ante tal teofanía, reciben un imperativo celestial que venía desde la nube “A él oíd”. El mandato estaba acompañado de la enseñanza implícita de que la vida y obra de Jesús era superior a Moisés y a Elías.