Mateo 3:7-10 "Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, 9 y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. 10 Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego."

Los tiempos coyunturales son importantes, el Espíritu Santo prepara los escenarios para que la profecía se cumpla. El texto se traslada de Galilea a Judea, el ministerio de Juan es tan importante para los propósitos de Dios que los cuatro escritores evangélicos lo narran. La región de Judea era administrada por los gobernadores romanos, pero con una alta incidencia del clero político (los saduceos).

Los fariseos, “los separados” (parús) o “los santos” (qadós) constituían el colectivo más significativo en los tiempos de Jesús. En varias ocasiones el mismo Señor Jesucristo tuvo serias confrontaciones con ellos. Se consideraban “los elegidos de Dios” para ser salvos. Realmente constituían una élite de poder y su influencia era fuerte en los ámbitos religiosos y en los cuerpos de poder como el sanedrín.

Asimismo, los saduceos producto de los tiempos de los macabeos constituían también un grupo de poder y de importantes regentes, donde se incluían las familias sacerdotales dirigentes, así como las familias patricias de Jerusalén y la aristocracia civil de los campos agrícolas israelitas. En suma, este grupo de dominio lo constituían las familias más ilustres e influyentes de los cuerpos de gobierno del país.

Igualmente, el pertenecer a cualquiera de los grupos arriba descritos, estaba limitado, no era para cualquier persona. Por otro lado, es importante recordar que los fariseos y los saduceos estaban en las antípodas de las interpretaciones doctrinales de la época: los primeros creían en la inmortalidad del alma y en la existencia de una vida después de la muerte, mientras que los segundos negaban totalmente esta interpretación, entre otras acepciones dogmáticas.

Es interesante ver a estos dos grupos antagónicos doctrinalmente acudir en bloque al llamado de Juan el Bautista. ¿Qué los hizo reflexionar para tomar tal decisión y exponerse públicamente a tal reprimenda? ¿Es la obra primigenia del Espíritu Santo redarguyendo de pecado a tan selecto grupo? Aunque el predicador no está muy convencido de esto, pues el llamado directo de este, era que respaldaran con el testimonio de una vida cambiada su decisión de bautizarse. El invocar a Abraham como su padre, sin duda que era un dicho común ya que en el ministerio de Jesucristo algunos judíos que habían creído en él, le dijeron: “Linaje de Abraham somos…” (Juan 8.33).

La respuesta de Juan el Bautista y el Señor Jesucristo se complementan, el primero les dice que Dios puede hacer el milagro de levantar sus propios hijos aun de algo inverosímil como son unas piedras, mientras que a Jesucristo le respondieron “Nuestro padre es Abraham. Díceles Jesús: Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham harías.” (Jn. 8.39) en este sentido se comprueba como la nación judía entendía su relación con Dios, solo a través de la consideración de ser hijos de Abraham, pero alguien más grande que Abraham estaba delante de ellos. No se trata pues, de bandos religiosos, sino de relaciones personales con aquel que dijo “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10.10).

Nota Doctrinal: El fruto del Espíritu es una de las doctrinas pentecostales fundamentales y Juan el Bautista pone su característico acento persuasivo, “¡cuidado, el hacha está lista!” Jesucristo profundiza esta enseñanza al decir que el árbol es conocido por sus frutos y que ningún árbol bueno produce frutos malos y viceversa, porque cada árbol es conocido por los frutos que da. El fruto del Espíritu es el justo equilibrio entre la llenura del Espíritu Santo y el testimonio de una vida cambiada, el apóstol Pablo complementa magistralmente esta enseñanza con el famoso pasaje de las obras de la carne y el fruto del Espíritu (Ga 5.16-25) la llenura del Espíritu Santo debe ser respaldada por el fruto del Espíritu, porque por sus frutos serán conocidos.