Estos últimos versículos de este capítulo (44-50), son un paralelo hermosísimo de otro pasaje del evangelio de Juan, (5:37-47). Jesús vino en nombre del Padre que le envió (5:43). Jesús el Hijo de Dios habló lo que el Padre le dijo y como el Padre le dijo que hablara. Entonces las Palabras de Jesús estaban en concordancia con las palabras que su Padre, Dios, había hablado por medio de Moisés (5:37-38). Así como Las Escrituras, los escritos de Moisés, daban testimonio de Jesús. Al no creer en Jesús los oyentes del mensaje, esos Escritos de Moisés iban a acusarlos delante del Padre (5:45-47).
Juicio. Jesús no vino para juzgar ni condenar, (Jn 3:17; 12:47), pero si vino para juicio, (Jn 5:22, 27). Esto no es lo mismo. Jesús vino para buscar y salvar lo que se había perdido, (Lc 19:10), y lo demostró en el caso de la mujer adúltera, y los leprosos, en la casa de Zaqueo, etc. Esto es así porque el vino para inaugurar el año de la buena voluntad de Jehová (Lc 4:19). Jesús vino a salvar, no a condenar. Pero el hecho que no castigue al pecador ahora, no significa que pase por alto el pecado, él lo dijo así. “Yo para juicio he venido a este mundo” (Jn 9:39).
Jesús aunque no vino a “juzgar”, si vino a establecer la base del juicio. Él mismo estableció la base del juicio, y esta base son “sus palabras”. Como la plomada de Amos (Am 7:7, 8), así las palabras de Jesús serán la base del juicio en el día postrero. Como la fe de Noé condenó a los hombres de su generación (Hb 11:7; 1 P 3:7; 2 P 2:5), así el juicio de los hombres incrédulos será en base a las palabras de Jesús.